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MIRANDO POR EL RETROVISOR

El beneficio de a veces no hacer nada

La semana pasada conversaba sobre los estresores de la vida con Juani Marco, una apreciada amiga y apasionada seguidora de mi trayectoria en los medios de comunicación.

Con Juani tengo tantas cosas en común, que tan solo una letra marca la diferencia en nuestros nombres. En esa conversación tan convincente de su parte, como siempre, analizamos como el ser humano se envuelve en múltiples y diversas actividades, en muchos casos tan agobiantes que apenas tiene tiempo para reparar en sí mismo, hasta que como sabiamente expresa la estrofa de una canción del compositor español Rafael Pérez Botija, popularizada por el cantante mexicano José José, el cuerpo nos advierte “que pare, que ya está cansado”.

Por pura coincidencia, el viernes pasado en la reunión de editores del Listín Diario, donde laboro desde el año 2006, en medio de un día en que abundaban las noticias negativas y las pasiones desbordadas por el ataque contra el expelotero de Grandes Ligas, David Ortiz, la situación política a lo interno del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) por el tema de la reelección y las diferencias evidentes por la política de género en las escuelas que intenta aplicar el Ministerio de Educación, surgió la inquietud de qué pasaría si los medios de comunicación no publicaran nada por unos días, si los periodistas hiciéramos un alto en la acometida de esa labor que tanto nos envuelve y a la cual nos entregamos con pasión cada día.

La conclusión fue que el mundo seguiría su agitado curso, con o sin medios, la misma a la que llegó en aquella conversación Juani cuando sabiamente me sugirió intentar pasar unas horas sin hacer nada, sin pensar que mi realidad sería en pocos minutos un caos por esa momentánea inactividad.

Confieso que medité profundamente en su recomendación porque traté de recordar la última vez, salvo cuando el sueño me vence casi siempre en la madrugada, que pasé un tiempo sin estar inmerso en una actividad propia de mis diversas ocupaciones, conectado al celular, enfrentando un resquebrajamiento de la salud repentino, centrado en alguna meta personal o profesional, tratando de salir de la acumulación de trabajo, en fin, en las actividades propias de una sociedad cada día más competitiva y exigente.

En una entrevista que le hice en octubre del año pasado a la psicóloga y escritora chilena Marcela Lechuga, precisamente inquieto por el elevado nivel de estrés en las sociedades actuales, ese monstruo al que profesionales de la conducta atribuyen casi todas las enfermedades y situaciones difíciles de la cotidianidad, me lo resumió con una elocuente frase: “El estrés es parte de la vida”.

Ella sugiere asumir el dolor, la vejez, las enfermedades, una relación de pareja que no marcha por buen camino, la muerte de un familiar y cualquier otra situación incierta y traumática de la vida, como desafíos y no como amenazas para la sobrevivencia, y considerar al estrés como un aliado para vencerlas.

Los profesionales de la conducta coinciden en que el estrés hay que verlo como una reacción normal del cuerpo que puede hacernos daño cuando nuestra capacidad de respuesta a un factor externo resulta insuficiente.

En un mundo dominado por las modernas tecnologías y la necesidad de ser cada día más competitivos, se han multiplicado los estresores que dejan poco espacio al cuerpo humano para regenerarse y cargarse de las energías tan necesarias para seguir adelante.

Sin que se piense que sugiero asumir una actitud displicente frente a las responsabilidades de la vida diaria, sería provechoso antes de que sea tarde, adoptar un estilo de vida saludable, valorar mucho más las relaciones familiares y el tiempo que les dedicamos, prestar atención a las señales del cuerpo, respetar los tiempos de descanso y para alimentarse, admitir que el organismo impone límites, desechar las relaciones tóxicas, no permitir que alguien influya negativamente en tu estado de ánimo, entre otros detalles, para que como también dice aquella canción de Pérez Botija no deje “su vida al pasar hecha pedazos”.

O simplemente como recomienda Juani Marco, concédale a su cuerpo la oportunidad de pasar un tiempo sin hacer nada, especialmente si no tiene la solución inmediata para ese problema que ha disparado repentinamente su estrés.

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