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El dedo en el gatillo

Toma chocolate y paga lo que debes

Desde Cuba aprendí que el periodista no es un colmadero que vende su mercancía al mejor postor. Mis pasos han tomado el camino más largo. No he sido un hombre rico, pero aprendí a sobrevivir con poco.

El periodista que busca riquezas no es periodista. Es hermoso llegar a la casa en las noches y tener de cena un huevo frito con pan. No es que la miseria vaya a tono con esta profesión mal pagada y mal considerada, pero quien ha elegido decir la verdad (o una parte de la verdad) no puede estar pensando en viajar en primera categoría o en salir de vacaciones en un crucero.

Tuve muy buenos maestros de mi Habana natal, desde Joaquín G. Santana hasta Nicolás Guillén. Todavía siendo el Poeta Nacional de Cuba, Guillén nunca se dedicó a acumular riquezas ni a rodearse con el poder. Por el contrario, sus mejores amigos eran los buenos poetas, a muchos de los cuales salvó del ostracismo en la medida de sus posibilidades, como a Eliseo Diego, a Belkis Cuza Malé, a Marcelino Arozarena, a Eloy Machado, y muchos más.

Santana tuvo excelentes relaciones literarias y extraliterarias, pero no se convirtió en un cabildero profano. Por el contrario, iba personalmente a las tiendas y colmados, hacía filas esperando su turno, le daba “bolas” en su vehículo a todo el que se encontraba en su camino y apoyaba a los infelices que eran víctimas de la malidicencia y la mediocridad. Siempre tenía una sonrisa que ofrecer.

Aquí en Santo Domingo, desde Miguel San Ben hasta Miguel Franjul, pasando por Huchi Lora y el doctor Julio Hazim, he sentido el respeto no solo por mi condición profesional, sino porque nunca han permitido que nadie intente comprar mi firma.

En los últimos 15 años de mi vida he llevado junto al periodismo y la creación literaria, la crítica de cine. Esta labor me ha procurado grandes amigos, y conocidos que quisieran sumarme a su bando.

Pero Listín Diario hoy, al igual que La Nación ayer, no son colmados. Ni un servidor es un colmadero. No hay fortuna capaz de hacerme olvidar por un minuto mi responsabilidad social. He cometido algunas pifias. Me he dejado llevar por mis impulsos al valorar ciertas obras o al ignorar otras. Reconozco que soy demasiado exigente con el cine dominicano, no porque lo deteste, sino porque lo amo.

Pero de ahí, a cambiar gato por libre, va otro camino.

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