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En recuerdo de Alejandro

Conocí a Alejandro González Pons hace unos veinte años cuando ambos éramos embajadores de nuestros países en Chile. Por varias de esas razones misteriosas propias de la condición humana simpatizamos de inmediato. Además de que los dominicanos suscitan siempre, de manera natural, un afecto muy especial y una alegría contagiosa, con Alejandro, quien me llevaba once años de edad, surgió una amistad ejercida y frecuentada hasta su lamentable fallecimiento, basada en nuestras coincidencias políticas, intelectuales y personales.

Pienso que tenía, entre otras, al menos tres virtudes, de las que en estos tiempos ya no abundan mucho en la política y en la diplomacia. En primer lugar, Alejandro transmitía un profundo sentido de la ecuanimidad y la moderación: ante el trabajo, ante la vida, ante las ideas. Su hablar pausado era reflejo de una cabeza equilibrada que organizaba correctamente un pensamiento sostenido en una visión amplia de las cosas y del mundo, y una experiencia dilatada que permite analizar los hechos con información y sentido práctico. En segundo lugar, si bien su oficio esencial era el diplomático, tenía un agudo sentido de observación política real, es decir, aquel que entiende muy bien las complejidades de la lucha por el poder en el terreno mismo en el que ésta se produce: las calles, los barrios, el ciudadano de a pie. Y en tercer término, gozaba y transmitía un enorme sentido del humor, que más allá de que es síntoma de inteligencia, hace la vida bastante más divertida y llevadera, aun en los momentos más difíciles. Era un tipo que se sabía reír de todo, incluso de sí mismo.

Gracias a Alejandro conocí la República Dominicana y de alguna manera me involucré con su vida pública, con su historia y con su gente. Por allí de 2003 o 2004, me llamó para decirme que vendría a México acompañado de los responsables de los asuntos internacionales del PLD. Yo había dejado temporalmente la política –o ella a mi- y me había incorporado a dirigir un centro académico. Comimos en el restaurante San Angel Inn y conversamos extensamente sobre la región y, en especial, el fascinante Caribe, para llegar al punto medular que era pedirme apoyo para la integración de su partido a la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina, que por alguna razón absurda estaba impidiendo el PRI mexicano, la que finalmente se logró unos años después. Esto me llevó después, en 2004 y en 2012, como observador invitado por el PLD a las elecciones presidenciales, y en diversos momentos a visitar Dominicana lo mismo para impartir alguna conferencia en FUNGLODE o en Santiago de los Caballeros que para apoyar proyectos públicos en el campo de la planificación, el desarrollo o, tan recientemente como 2018, la educación.

En estas dos décadas de amistad, nos vimos muchas veces en Santo Domingo, en Madrid o en ciudad de México, a la que finalmente llegó a representar a su país. Como era de esperarse, Alejandro resultó un embajador dedicado, proactivo, profesional y querido. Con frecuencia, me enteraba de sus intensas actividades con los más diversos sectores mexicanos del gobierno, los partidos, las empresas o la cultura, y utilizaba con gran habilidad su temperamento para tejer redes, establecer contactos, alcanzar objetivos. La mejor prueba del empuje que Alejandro dio a la embajada es que la más reciente celebración de la fiesta nacional de la RD, apenas el pasado 26 de marzo, estuvo mucho más concurrida de personalidades de los distintos mundos que las que suelen acudir a otras recepciones de países más grandes. A pesar de que ya estaba hospitalizado en Madrid, su ausencia física estuvo compensada con creces por el respeto y el afecto que todos le tributamos esa noche.

Esta memoria no estaría completa sin decir lo que Sulamita Puig, su esposa, significó para todos los que fuimos sus amigos. Su encanto personal, su inteligencia, su discreta elegancia, fueron desde luego los signos distintivos de una familia querida sino también que la biografía de Alejandro seguramente no habría sido la misma sin su compañera de vida.

Voy a extrañar mucho a Alejandro y estoy temeroso de lo que sentiré la próxima vez que vaya a Santo Domingo. Por lo pronto, disfrutaré estos días los puros y el ron que me regaló mi amigo la última vez que nos vimos. Que descanse en paz un gran ser humano.

Otto Granados fue Ministro de Educación de México y Embajador de México en Chile. Actualmente es Presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI). @Otto2025

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