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La perversión de la democracia y la política

“Nosotros el pueblo”. El triunfo de la Guerra de Independencia (1775-1783) de los Estados Unidos y su Constitución (1787) demostraron que era posible liberar a las naciones de la dependencia, las monarquías y las tiranías. Un proceso que desbrozó el camino hacia el primer estado neo-republicano moderno: una democracia de blancos basada en la férrea institucionalidad de la Constitución y las leyes. Una onda expansiva que revirtió lo definitorio de los regímenes antiguos, según Platón: “para todo hombre que discurre bien, lo justo es lo mismo en todas partes: la conveniencia del más fuerte”. Por eso, la democracia es la marca país del estado estadounidense, la insignia fundamental de su política exterior.

Nuestra coyuntura actual ofrece un vibrante campo de estudio. En el lenguaje y actos altisonantes y discretos de los actores principales se verifica la expansión de la democracia y sus estatutos ante el hecho de que el PLD, previamente marginado del debate abierto, irrumpió públicamente, eclipsando todo con su debate de ideas en conflicto sobre la reelección y la preeminencia constitucional, en una apertura que, incluso asumida utilitariamente para la gobernanza, observa las predicciones de George Soros.

Con una “oligarquía” asumiendo el constitucionalismo y el comercio fungiendo de mensajero diplomático, el análisis científico de la coyuntura política se impone sobre el sagaz epíteto “perversión” colocado como riesgo de nuestra democracia por un senador estadounidense Bob Menendez que evoca el temor ancestral a las “alteraciones viciosas” de las formas de gobierno (constituciones) de Aristóteles (“Moral a Nicómaco”, capítulo X) y a sus desviaciones “defectuosas y degeneradas” (“La República”, capítulo III).

Creciendo en preeminencia, el tema viaja hacia las fuentes donde lo democrático se define como desviación de la república y característico: “La tiranía es una monarquía que atiende al interés del monarca, la oligarquía al interés de los ricos y la democracia al interés de los pobres; pero ninguno de ellos atiende al provecho de la comunidad”, de todos.

Para Aristóteles, la diferencia entre oligarquía y democracia tenía fundamentos económicos: “Hay oligarquía cuando los que tienen la riqueza son dueños y soberanos del régimen; y, por el contrario, democracia cuando son soberanos los que no poseen gran cantidad de bienes, sino que son pobres (Ö) Lo que diferencia la democracia y la oligarquía entre sí es la pobreza y la riqueza”.

Sorprendentemente, al Estagirita corresponde la primicia de resaltar una virtud de este sistema: su utilidad para propiciar el cuerpo único y fundar su fortaleza en la diversidad de opiniones de sus integrantes: “Pero el que la masa debe ser soberana más que los mejores, pero pocos, puede parecer una solución y, aunque tiene cierta dificultad, ofrece quizá también algo de verdad. En efecto, los más, cada uno de los cuales es un hombre mediocre, pueden, sin embargo, reunidos, ser mejores que aquéllos, no individualmente, sino en conjunto”. Y remata: “Al ser muchos, cada uno tiene una parte de virtud y de prudencia, y, reunidos, la multitud se hace como un solo hombre con muchos pies y muchas manos y muchos sentidos; así también ocurre con los caracteres y la inteligencia”.

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