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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Señales preocupantes en la diplomacia

Tres hechos ocurridos en apenas siete meses han colocado la diplomacia en uno de sus peores momentos.

El 2 de octubre del año pasado, el periodista de origen árabe Jamal Khashoggi entró al consulado de Arabia Saudí en Estambul, Turquía, adonde acudió para obtener un documento que certificara su divorcio para así poder contraer matrimonio con su novia Hatice Cengiz. Del consulado no salió vivo, y una versión indica que fue descuartizado allí mismo por personas cercanas al príncipe heredero Mohameh bin Salmán.

El 11 de abril de este año, Julian Assange, el fundador de WikiLeaks fue arrestado por agentes de la policía de Londres que penetraron en la embajada de Ecuador en esa ciudad. Assange estaba allí desde 2012, pero el gobierno del presidente Lenin Moreno decidió revocarle el asilo político que lo mantenía a salvo de una tenaz persecución, dirigida por Estados Unidos, por atreverse a develar a través de su portal atroces violaciones a los derechos humanos durante las guerras en Irak y Afganistán.

El pasado jueves, policías estadounidenses penetraron a la embajada de Venezuela en Washington, donde arrestaron a cuatro activistas que permanecieron allí por cerca de un mes para apoyar al gobierno de Nicolás Maduro y evitar que la legación fuera entregada a seguidores del autoproclamado presidente interino de esa nación sudamericana Juan Guaidó. La sede diplomática incluso se le suspendió el servicio de electricidad una semana antes.

La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, adoptada el 18 de abril de 1961 y que entró en vigor el 24 de abril de 1964 establece que los locales de las misiones diplomáticas son inviolables. Igual ocurre con los consulados en virtud de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares que entró en vigor el 19 de marzo de 1967.

Esa inmunidad es tan rigurosa que incluso se extiende a los archivos, documentos y vehículos de la representación diplomática y consular, comprometiéndose el Estado receptor a adoptar todas las medidas adecuadas para proteger los locales de la misión contra toda intrusión o daño y evitar que se turbe la tranquilidad de la misión o se atente contra su dignidad.

Sin obviar que algunos Estados han dado en ocasiones un uso inadecuado a las inmunidades y privilegios contemplados en ambas convenciones, esos instrumentos a lo largo de la historia, unidos a la observancia del derecho internacional público y a una serie de principios que norman las relaciones entre los países, han propiciado la convivencia, el respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos.

Los episodios expuestos más arriba mueven a preocupación por las motivaciones esencialmente políticas que desencadenaron esas irrupciones, los argumentos esgrimidos para permitirlas y la falta de una condena enérgica, especialmente de las Organización de las Naciones Unidas (ONU), la más llamada a velar por la eficaz aplicación de ambos convenios.

Con respecto al caso del periodista Khashoggi, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, expresó que Arabia Saudí es un socio firme con el que acordó invertir una cantidad récord de dinero en su país y que, cualquier medida en su contra, como las sanciones que le reclamaban contra Riad por el asesinato del comunicador, sería aprovechada por Rusia o China.

Vaya perla en un hombre tan presto a aplicar sanciones a Irán, Venezuela, Cuba, Nicaragua, China y Rusia, simplemente porque hacen valer su derecho a la autodeterminación y a enfrentar la injerencia de cualquier país en sus asuntos internos.

Pero el argumento del presidente ecuatoriano Lenin Moreno fue tan infeliz como el de Trump, cuando declaró que con la decisión sobre Assange simplemente “nos hemos librado de una piedra en el zapato” y siendo la motivación de mayor peso que esgrimió el “incumplimiento de normas básicas de convivencia” en la sede diplomática.

Con respecto a la incursión de agentes estadounidenses en la embajada de Venezuela, Juan Guaidó, el autoproclamado presidente que autorizó ese desliz, agradeció la medida que permitió “recuperar nuestra embajada en Washington”, y se mostró dispuesto a estar “en todos los planos de lucha por la democracia”. Y vaya forma de defender la democracia de alguien que no se detiene ante nada para alcanzar el poder, sin descartar la posibilidad de autorizar hasta una intervención armada en su propio país.

En la diplomacia, conocida como el arte de negociar, el respeto es una norma fundamental que al parecer comienza a resquebrajarse con episodios tan lamentables e inquietantes.

Ojalá que, al fragor de los intereses políticos, no se convierta en una costumbre atentar contra la dignidad y la paz que debe garantizar el Estado receptor en las sedes diplomáticas y consulares.

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