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Trump entre la guerra y las sanciones

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

“Habla suavemente y lleva un gran garrote. Así llegarás lejos”. La frase es un proverbio africano y solía utilizarla el presidente Teddy Roosevelt. Donald Trump no cree en ella. Da gritos. Amenaza a los enemigos chinos y norcoreanos. También lo hace con los amigos de Canadá, la Unión Europea o la OTAN. Pero no lleva un garrote. No recurre a la guerra. Lo suyo son las sanciones económicas y utilizar el enorme peso financiero de Estados Unidos: el 22% del PIB mundial y el dólar (la gran divisa planetaria en la que se realizan el 80% de las transacciones), para lograr sus objetivos.

La fortaleza financiera de Estados Unidos radica en la seriedad con la que enfrenta sus compromisos desde que se creó la nación en 1776. El “bluff” funciona en el póker y en las negociaciones de compra-venta, pero es una herramienta contraproducente en el terreno internacional. Cuando el presidente Barack Obama dijo que el uso de armas químicas contra la población siria por parte de la dictadura de Asad era una “raya roja” que no podía traspasarse, cometió un gran disparate. Los enemigos se envalentonaron y arreciaron las masacres.

Lo mismo acaba de suceder en Venezuela cuando, tras jugar con la fantasía de “todas las sanciones están sobre la mesa”, el gobierno de Trump suscribía un compromiso muy serio. El todas incluía la respuesta militar, pero al hacerse obvio que por ahí no iban los tiros (nunca mejor dicho), Maduro arreció la represión para desbaratar la Asamblea Nacional (AN) en lo que parece ser un ensayo para la aprehensión del presidente interino Juan Guaidó.

Era mucho más sensato y productivo advertir públicamente que Estados Unidos recurriría al boicot económico absoluto contra los enemigos y contra las empresas y los países que los asistieran.

Si esa sanción se extendiera a la Unión Europea, a las democracias latinoamericanas y a Canadá ganaría mucho en contundencia, pero ello no se consigue tratando a los países amigos como si fueran adversarios.

Nadie es inmune a esas sanciones morales y prácticas. Nadie, aunque los delincuentes se hayan apoderado de Venezuela, ellos necesitan mover sus capitales, adquirir residencias en sociedades habitables, curarse en hospitales del Primer Mundo, que sus hijos estudien en buenas universidades y blanquear las fortunas mal adquiridas dentro de mercados legítimos. Cerrarles esos caminos es legítimo, pero hay que hacerlo en serio. Sin que pase ni una pizca de oxígeno.

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