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IDEANDO

Haití

Dicen que Haití es un simulacro de país. Una nación donde hay gente muy rica, gente muy pobre y desolación.

Un conglomerado de vudú, gueto y superstición. Un país al que no le cabe más miseria y espanto. Una nación víctima de la trampa y del saqueo.

Una población que se alimenta de tierra y desorden.

Una nación que sólo ha heredado tristeza y misterio.

Un país sin agua, sin educación, sin viviendas, sin Dios, sin esperanza.

En su cielo duerme la noche y el sol deja sus últimos suspiros en el oeste de la desesperación.

Por ese Haití hay que orar y arrodillarse en todos los altares del mundo para implorar piedad.

Por ese Haití solo los dominicanos sentimos compasión.

Los demás hablan y prometen: lo suyo es la prensa, los foros, la simulación, la demagogia y la retórica barata de la diplomacia hipócrita.

Sobre el oeste de su tristeza, aboguemos todos porque su pena desaparezca y nadie muera de hambre y olvido.

Porque “más allá de los ojos que todo lo perdieron, más allá de las vidas que la lluvia humilló, más allá de las casas reventadas y de los sueños esfumados, en la herida más viva del espíritu, la cicatriz va haciendo su obra de ternura”, y parece que a nadie más le importa la tragedia.

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