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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Te presento a Jean Vanier

Mucho gusto; me llamo Jean Vanier. Claro, no soy dominicano; mi nombre suena a extranjero. Nací en Ginebra, en el cantón suizo donde se habla el idioma que predomina en Francia, Canadá y otros países.

Visité tres veces la República Dominicana. El autor de este artículo me conoció y tuvo la oportunidad de oírme hablar sobre mi vocación de servicio para la gente con discapacidad mental. Con esas personas he sido feliz y para servirles abandoné todo.

En 1983 estuve por primera vez en este país antillano y, quien escribe este breve artículo, publicó otro, inspirándose en mi trabajo, con las personas que el mundo descarta por su condición de discapacidad mental.

Son muchos los disparates en que la gente se entretiene, pasando su vida en medio de frivolidades. Es importante liberarse de las cárceles de la inconsciencia existencial y emprender iniciativas de solidaridad, como la aventura de El Arca que inicié y que está presente en muchos países, también aquí.

Las comunidades de El Arca son escuelas de amor, donde es posible servir a los más necesitados. Repito lo que ya una vez afirmé: “La gente viene a la comunidad porque quiere ayudar a los pobres. Se quedan en la comunidad porque se dan cuenta de que ellos son los pobres”. Yo pertenecía a una familia rica e importante a los ojos del mundo, pero quise hacerme pobre al estilo de Jesús, para servir a los más pobres.

El Papa Francisco me definió como “un hombre de sonrisa y encuentro.” Fui militar canadiense por nueve años, pero predominó siempre en mí la ternura. Abandoné la milicia después de participar en un retiro espiritual por treinta días, al estilo ignaciano.

Quise zafarme de las superficialidades de este mundo y hacerme especial con los especiales por su condición psíquica fuera de serie. He apreciado el abrazo, la sonrisa, el juego, la oración con gestos y las horas de descanso.

Si no lo sabías, hace apenas una semana que yo, Jean Vanier, he dicho “babay” a este mundo; pero he tratado de no irme con las manos vacías. Llevo conmigo el bien que Dios me ha permitido realizar a favor de los descartados de este mundo.

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