En explicarse está el pecado

El caso de Roberto Saladín votando dos veces y de manera diferente un mismo asunto, se cae del tapete. Lo peor que le puede ocurrir a una figura pública es tener que explicarse, y lo de Saladín es una saga.

No solo corrigió su voto, sino que sintió la necesidad de dar a conocer intimidades del pleno. Podría acusarse a Julio César Castaños de pedir lo indebido, pero a Saladín le sale condena.

No tenía porqué acceder y aguantarse las ganas si tenía posición tomada y la consideraba justa. La entereza es una virtud y los principios deben mantenerse sean cuales fueren las consecuencias.

Si aceptó recogerse y guardar su voto disidente el día 7 y el día 9 lo hace público ¿qué pasó durante esos dos días? No puede decir la conciencia, pues la conciencia cuando remuerde, mata.

Tampoco puede ampararse en la reacción de las redes, pues si por las redes fuera, la Junta Central Electoral fuera borrada del mapa.

Los partidos la tienen y la tendrán al salto de la pulga, y ni siquiera la esperaran en la bajadita, sino a fuego abierto desde ahora hasta las elecciones.

El populismo sirve para muchas cosas, pero difícilmente el populismo pueda cubrir la evidente falta de Saladín, pues aunque Jano fue dios, a nadie más se le permitió doble cara. La JCE fue nombrada por un Senado de la República abrumadoramente peledeísta, y en su momento no fue recusada, sino aprobada como la mejor de lo posible.

Ahora aparecen los genios sin botella hablando de las influencias del gobierno en las decisiones del organismo, y una de ellas es el arrastre.

Si los magistrados son dirigidos por el gobierno, como titiritero mayor, y Saladín se rebela ¿no puede pensarse que entre el 7 y el 9 fue llamado a capítulo por el sector que alimenta su disidencia?

Si existe una cosa, debe existir la otra, y si fue escogido en su momento fue porque se vio o se comprobó que era impresionable. Ahora lo impresionó Castaños, pero ¿quién más?

El doble voto debe tener explicación.