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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

La aciaga elección de Urbano VI (1378)

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

El proceso mediante el cual la Iglesia llegó a tener dos papas, ha sido calificado así por los historiadores, “un problema grave y oscuro”. Cuando las arrogancias, tanto de Roma como de Bizancio dividieron la Iglesia Católica, en el 1054, existían serias diferencias políticas y teológicas. Ahora, en 1378, todos los cardenales, obispos y fieles creían lo mismo y querían obedecer al papa. Pronto se preguntarían cuál era el verdadero papa.

Los papas llevaban desde 1309 residiendo en Avignon. Muerto Gregorio XI en Roma, el 27 de marzo de 1378, las rivalidades nacionalistas entre franceses e italianos se dispararon. En Roma, se encontraban dieciséis cardenales al iniciar el cónclave, el 7 de abril. Cuando algún cardenal caminaba por Roma, la gente lo detenía y le gritaba con amenazas: ¡Queremos un papa romano! Pero los cardenales contaban con el apoyo de cientos de soldados. No se debieron sentir muy amenazados, pues el Cónclave tuvo lugar, no en el entonces inexpugnable Castillo de Sant’Angelo, sino en locales del Palacio Vaticano. Caía la tarde y por doquier se escuchaba el clamor del pueblo que iba llenando la Plaza de San Pedro y exigía: “Lo queremos romano”. Algunos cardenales apenas pegaron el ojo, aunque el cardenal Pedro Luna, luego refirió que él oyó roncar “al viejo cardenal Tibaldeschi”.

A la mañana siguiente, 8 de abril, mientras un grupo de ciudadanos echaba al vuelo las campanas de San Pedro, el pueblo gritaba: --lo queremos romano o al menos italiano, de otro modo, los vamos a cortar en trocitos a todos los franceses y los de allende los Alpes, empezando por los cardenales--. El obispo de Marsella se acercó a una ventanita y les intimó a los cardenales Orsini y Aigrefeuille: -- apúrense que los van descuartizar--.

En el Cónclave no se lograba la necesaria mayoría de dos tercios. El 9 de abril, se tranzaron por alguien fuera del Cónclave: el arzobispo de Bari. En lo que éste llegaba, el pueblo enfurecido irrumpió en el Palacio Vaticano. Para calmar a la turba armada, los cardenales recurrieron a esta estratagema trágica y cómica: empujaron al viejo cardenal Tibaldeschi a la silla papal. El anciano se resistía, su sobrino le dio un golpe en el pecho para sentarlo a la fuerza en el trono, le ajustaron la mitra blanca, mientras el anciano gritaba: -- yo no soy, ni quiero ser el papa, es el arzobispo de Bari--. De un manotazo, lanzó volando la mitra, “los romanos le llevan al altar y le piden la bendición, a lo que el sudoroso y exhausto cardenal responde con maldiciones”. ?

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM

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