Ese gallo que no canta algo tiene en la garganta

“El son es lo más sublime para el alma divertir”, dicen los que cantan, o los que saben cantar. Nada mejor como encender la radio o disfrutar un videoclip. O entonar melodías en la ducha.

Allá quien no lo hace. Es lo mismo que si alguien de derecha pidiera asilo político en la embajada de Rusia con el pretexto de estar siendo perseguido.

Quien ni canta ni habla (ni baila), algo oculta. Hay demasiada complicidad en el resplandor de sus ojos como para pasar inadvertido. No es lo mismo hablar cuando se debe que lanzar verdades en el sitio equivocado.

Un buen debate es lo mejor para exorcizar. El buen juicio transcurre cuando se habla, y se sabe escuchar.

Todas las causas, ganadas o perdidas, al igual que los seres humanos, merecen la palabra dicha. O mejor, bien dicha.

Entre el debo y el no debo decir sucede una línea invisible, imaginaria. Mala señal, pero ni modo. Saber hablar es un arte.

Hay que seguir intentando de convencer que la vida no es un show de mala muerte donde las strippers lo dicen todo con su cuerpo alrededor de un caño de acero. Para algo existen las palabras. Aunque a veces no se sepan interpretar, y duelan.

De todas formas, siempre habrá quienes aplauden el decir contrario: “En bocas cerradas no entran moscas”.