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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Entrenando para la vida

El pasado 13 de abril tres niños sufrieron quemaduras –uno de ellos luego falleció por la gravedad de las lesiones– cuando intentaron simular un videoclip de los cantantes urbanos El Alfa y Bad Bunny, haciendo un círculo de fuego.

Según la información que pudo recabar la reportera del Listín Diario, Karen Vásquez, en el sector El Tamarindo de Santo Domingo Este, donde ocurrió el suceso, eran niños juguetones, creativos y fanáticos del dembow.

Habían llegado ese día de la escuela, la madre estaba atareada en quehaceres domésticos y la sustancia inflamable la tomaron del cuarto donde su padre, un electromecánico, guarda los utensilios propios de su oficio.

La tragedia, que conmocionó a los vecinos del sector y a gran parte de la sociedad, pone en el tapete un tema recurrente: la edad en que un niño puede tener acceso a la tecnología y a determinados contenidos, especialmente a través de la televisión e internet.

Precisamente en abril de este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió una serie de recomendaciones al respecto, entre ellas, que los niños menores de un año no deben ser expuestos a ningún tipo de pantalla electrónica. Con los niños de 2 a 4 años sugiere que tampoco estén más de una hora por día de "tiempo sedentario" frente a las pantallas.

El organismo apéndice de las Naciones Unidas asocia ese tiempo ocioso frente a las pantallas a los elevados índices de obesidad en la población infantil y juvenil, menos dada en la actualidad a los juegos que conllevan ejercicios físicos, y a interactuar de manera más activa con sus amigos. Sus recomendaciones han sido el resultado de diversos estudios realizados por científicos en Australia, Canadá, Sudáfrica y Estados Unidos.

En la actualidad, los padres propician todo lo contrario, ya que colocar una tableta electrónica o un teléfono inteligente en las manos de sus hijos –sin ningún tipo control y fiscalización– es la mejor manera de mantenerlos entretenidos, mientras ellos atienden sus responsabilidades o están también tan o mucho más inmersos que sus vástagos en el mundo virtual.

La niñez, como apunta la OMS, es una etapa de la vida en que las personas necesitan estar físicamente activas y dormir lo suficiente, hábitos que ayudan a prevenir la obesidad y otras enfermedades que pueden desarrollarse en la adultez, como las cardiovasculares, principal causa de decesos a escala mundial.

Sin perder de vista el enorme potencial de la tecnología para fomentar la creatividad y el desarrollo cognitivo a temprana edad, siempre será necesario el debido control en el acceso a los contenidos para evitar tragedias como la ocurrida en el sector El Tamarindo.

Educar a los hijos y moldear su carácter es todo un desafío en un mundo interconectado donde pueden acceder con apenas un clic a tantos antivalores, totalmente contrarios al comportamiento que observan en sus padres y profesores, a quienes en algún momento pueden hasta considerar desfasados.

Y el mejor ejemplo de que las cosas no marchan como deberían son las frecuentes noticias en medios de comunicación e internet sobre suicidios en adolescentes, peleas en escuelas –una reciente con la muerte de una niña de once años a manos de su compañera de clases–, consumo de drogas, acoso escolar y el sexo a temprana edad con los consecuentes embarazos en adolescentes.

Estoy leyendo actualmente un libro que me regaló un niño de unos doce años titulado “Esperanza para las familias de hoy”, de la autoría de Willie y Elaine Oliver, directores del Departamento de Ministerio de Familia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, donde plantean que “ser padres es una de las tareas más importantes y dedicadas encomendadas a los seres humanos”.

Los Oliver, quienes dirigen talleres y seminarios sobre vida familiar y conyugal, indican que aunque criar a los hijos no es una ciencia exacta y carece de garantías, los padres que dedican tanto tiempo como puedan a sus hijos tendrán más probabilidades de influir en ellos y prepararlos mejor para la vida adulta.

Como en cualquier deporte, el entrenador observa las debilidades y el potencial de su pupilo, corrige fallas y desarrolla aquellas habilidades físicas y emocionales que lo convertirán en un futuro héroe deportivo, pero también en un ejemplo digno de imitar para sus seguidores.

Igual los padres deben establecer límites claros a sus hijos, manejar sus emociones con tacto e imponerles la disciplina sin que ellos perciban una autoridad avasallante, predicándoles con su propio ejemplo centrado en valores; en definitiva, entrenarlos para la vida.

Y, sobre todo, dedicarles tiempo y participar con ellos en actividades conjuntas que fomenten la responsabilidad, empatía, disciplina y amabilidad, precisamente lo que vi en aquel chico que acompañado de sus padres, sonriente y destilando respeto me dijo: “Señor, este libro es un regalo para usted”.

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