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OTEANDO

Adiós Ícaro

Se sintió libre, como el ave acabada de soltar de una jaula en la que había permanecido -entumida- un lustro. Un lustro de amor mendigado, como mendiga las migajas el pájaro viejo y cansado encerrado en la más sucia y mal oliente de las jaulas. Ahora no quería recordar, no quería agotar las escasas fuerzas de que disponía en pensar lo padecido. Quería vivir, así fuera consciente de que sería poco, pues lo etario condiciona hasta los anhelos. Ciertas circunstancias ya no permiten planificar futuro, porque sería como apurar su llegada y todos saben que el futuro más seguro está articulado a nuestra propia finitud.

El primer síntoma de su estado lo percibió en la indiferencia comportada ante las cosas que antes atesoraba y que implicaban recuerdos de lo vivido (fotos, correos, videos), en su disposición de desapoderarse de todo aquello que constituía o podía significar vínculo con lo padecido (antes decía disfrutado); borró todas las fotos, incluida la de aquél viaje en que se detuvieron a almorzar en un restaurant a la orilla del mar y los zanates eran tantos que se posaban en las mesas, contrastando con el rojo chino de los centros romboides colocados sobre níveos manteles, dando a la estancia un significado particularmente romántico, deducido de las recurrentes manifestaciones de ternura que recíprocamente se prodigaron.

Lo segundo fue la mitigación de los eventos de nostalgia. Ya no la recordaba a cada momento ni al pasar por los lugares donde habían compartido, sentía el doloroso rasguño en el centro del corazón -los amores tortuosos tienen la “ventaja” de lacerar hasta el cansancio y cuando éste llega opera la liberación-, y por último, lentamente la fue sacando de sus oraciones, quizás porque estaba seguro que a ella no le faltaría quien la tuviera en sus plegarias y después de todo, razonó, quizá Dios no se sentiría cómodo con la concurrencia de petición de favores para una misma persona. Él no es sordo.

Tanto había rumiado su pasión en el entorno social de su desempeño que temió tratar con alguien su desembarazo traducido en paz; se decidió a vivirlo -incluso egoístamente- en el espacio fresco y confortable de una ruta nueva, una ruta libertaria, de más amor por sí mismo. En el portaviones de los sentimientos le ofrecieron una oportunidad para un último despegue; la declinó, no quiso reeditar las emergencias del dolor ni las fatalidades de un emocionado Ícaro.

El autor es abogado y politólogo.

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