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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Evaluando el papado de Avignon

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.JSanto Domingo

Ya los papas de los siglos XIII y XIV fueron electos y habían residido más fuera de Roma que en Roma. Ya Gregorio X, en 1274 en el II Concilio de Lyon, había recibido propuestas de quedarse en Francia. Avignon, en el Ródano, estaba mejor comunicada con la Europa del siglo XIV que Roma. Residir en Avignon no fue una decisión espiritual, ni apostólica, fue política.

Los papas buscaron la seguridad al residir en Avignon (1309 – 1378), a la sombra del rey de Francia. Pero para no depender absolutamente del rey francés, necesitaban recursos.

El famoso historiador Joseph Lortz (†1975) hizo estas dos afirmaciones: muchas de las normas elaboradas por el papado de Avignon estaban vinculadas a su necesidad monetaria y todavía los papas miraban a Occidente como un feudo pontificio, luego de derrotar a Federico II Hohenstaufen († 1250) Y Lortz concluyó:, “en Avignon está la raíz del Cisma de Occidente”. Aunque huela a critica alemana, con razón sostuvo Lortz: “... en toda la historia de Europa apenas hay una consolidación nacional que tan fatalmente haya incidido en la vida de la Iglesia como el desarrollo nacional francés de los siglos XIII y XIV.” (1982 I, 484, 489).

Consideremos a los siete papas electos entre 1305 y 1378. Todos residieron en Francia. Varios historiadores consideran que Benedicto XII e Inocencio VI, fueron los únicos verdaderos Papas, “los otros fueron propiamente obispos de la corte de Francia”. Para comprender la magnitud de la influencia francesa en los cargos eclesiásticos, basta considerar lo siguiente: “Cinco papas y 111 de los 134 cardenales nombrados en dicho período [exilio de Avignon], todos fueron franceses, la mayoría procedentes del entorno real”. (García de Cortazar y Cesma Muñoz, 1997: 659). Considerando el resto de los cardenales creados por los Papas de Avignon: 13 eran italianos, 5 españoles, dos ingleses, uno era oriundo de Ginebra y los restantes 113 eran franceses. Eso quiere decir que no hubo ni un solo cardenal alemán entre ellos. La exclusión de los alemanes databa de los días de Gregorio IX [1227-1241] y solamente se cambió bajo presión cuando durante los días del Gran Cisma, el Papa Urbano [VI, 1378-1389) necesitaba el apoyo del Emperador Alemán...” (Freidrich Heer).

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