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El dedo en el gatillo

Ay, Carmela!!!

Mi profesor de Derecho Procesal Penal, Alberto Fachado, me advirtió, junto a un grupo de amigos en mi lejana juventud habanera: “Ustedes van a ser buenos escritores, actores y cineastas, pero muy malos abogados”. Por aquellos años de aprendizaje priorice mi actividad cultural. Hice cine, teatro, periodismo y literatura. Mi licenciatura en Derecho se la debo en parte a la generosidad de algunos profesores que vieron en mí a un intelectual en ciernes y no a un rastrero picapleitos.

La calle me dio la razón. Después de graduarme, soporté tres años en un organismo del Estado, escribiendo resoluciones y decretos, hasta que me acerqué como jurista al terreno cultural. En esa etapa viajaba a diario de audiencia en audiencia, tratando de perjudicar a infelices empleados que faltaban al trabajo por desasosiego emocional u otras causas burocráticas.

Poco después me desentendí de todo eso. No sé dónde estará hoy mi profesor Fachado, pero sus palabras resuenan en mis oídos, cuarenta y cinco años después, y no por sentir cargos de conciencia. Me hice un escritor y con la adarga al brazo sobrevivo en este mundo donde la palabra escrita, al decir de Serrat en su “Romance del Curro el Palmo”, es “un manojillo de escarcha”.

Si mi balanza profesional se hubiera inclinado por las Ciencias Jurídicas, tal vez la habría dado la vuelta al mundo, o llevaría en mi bolsillo un carné de dirigente político. En ambos casos, tendría ingresos suficientes para mantener con dignidad a mi familia, muy por encima del promedio. Y tal vez, hasta habría procreado otra más. Pero no lo hice de esa forma. Decidí escuchar la voz del corazón. Y a estas alturas de mi vida, confieso que me he divertido muchísimo por haber sido como fui, y como soy. Me considero un hombre dichoso y feliz. Aunque tenga que seguir haciéndole trampas al tiempo.

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