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El mejor pleito

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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

Como de sabios e inteligentes es evitar pleitos, la experiencia aconseja que el mejor y más fructífero de todos es aquel que no se echa. En especial, si a la que se va a confrontar es a la Iglesia, institución milenaria que, con sus altas y sus bajas (ha tenido el valor de pedir perdón por errores y pecados de algunos de los mortales que la integran), siempre ha sobrevivido en el tiempo a reyes, a dictadores o todopoderosos que en algún momento creyeron que el poder que detentaban les duraría para siempre (¿). Recomendable a todo gobierno y al equipo que le acompañe, sería recibir las críticas de obispos o sacerdotes sin renombre como advertencias o contrapeso saludable, para evitar desbordamientos que, a la postre, son los que terminan dañando imagen, obra o la buena intención de un Presidente. De no haber suficiente humildad y actitud conciliadora desde el poder para recibir las clarinadas del púlpito como una invitación a poner freno y a dar un giro a cualquier accionar dañino desde el ejercicio público, entonces lo mandatorio sería el silencio como respuesta a lo dicho por los voceros religiosos, pero nunca recurrir a la descalificación o al descrédito de la institución. ¿En qué cabeza –salvo que esté hueca– cabe que un funcionario responsable de la imagen gubernamental saque números de otro país indicando pérdida de intereses por las religiones, o que un diputado del sector oficial mande a la Iglesia a “formar un partido político” y a “dejar de hablar disparates”?. Es una provocación –o agresión– innecesaria a una institución, cuyos hombres, al margen de las oraciones y sus luchas por el bien de la feligresía católica, tiene sus formas de cobrarse lo que le hacen algunos renegados o gente de poca fe. Lo entendió el presidente Danilo Medina, quien –sin hablar, solo con un gesto de cordialidad con monseñor Benito Ángeles– debió enmendar la plana, así como el ministro José Ramón Peralta, quien desde la lejana China escribió que el gobierno es respetuoso de la expresión de los distintos sectores nacionales. Esas –y hasta la salida del ministro Gonzalo Castillo, que fue muy política- fueron respuestas prudentes y conciliadoras, frente a las palabras del arzobispo Ozoria y otros siete sacerdotes, aun cuando ya no pudiera recogerse del suelo lo que se había “derramado”. Por cierto, no vemos que haya dictadura – ni de partido ni de gobierno-,pero lo que la Iglesia quiere evitar con sus advertencias y precisiones es que la intolerancia, los controles y amagos de transgredir la institucionalidad nos conduzcan hacia un estadio de fuerza y de pérdida de libertades que ya se había superado con la muerte de Trujillo y el fin del gobierno de los doce años del doctor Balaguer.

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