La Palabra te habla

Érase una vez un hombre perseguido injustamente que desesperado acudió a la Palabra y encontró en el libro de Jeremías (11,18-20) lo siguiente: “El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó de todas sus intrigas y yo, como manso cordero, era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí”. En el Salmo (7, 2-3.9bc-10.11-12) encontró la respuesta: “Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame; que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables, y apoya tú al inocente, tú que sondeas el corazón y las entrañas, tú, el Dios justo.

Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón”. En la perenne conspiración de aquellos que pretenden desmeritar a otros ofreciendo solo riquezas con ilusorias mentiras, vale decir como dice Anatole France, de que puede hacer la verdad fría y desnuda frente al atractivo resplandor de la mentira. En una situación así la maldad y la perversidad tiene muchos instrumentos, pero la mentira es una empuñadura que se adapta y acomoda a todos ellos. Es así, tomando en cuenta en lo ya descrito lo expresado por Johann Paul Friedrich que en la “paz más larga no se dicen tantos despropósitos y falsedades como en la guerra más corta”