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UMBRAL

Reforma constitucional

Para los individuos que componen la clase dominante el instinto para sus urgencias económicas les lleva a controlar los instrumentos de dominación de la sociedad; entiéndase, poderes Legislativo, Judicial y Ejecutivo, y otros fácticos como los medios de comunicación e iglesias, además de las instituciones que moldean las normas culturales de la comunidad.

La clase gobernante se comporta de otra manera. No la mueve el instinto, sino su conciencia, aquella fraguada en el carácter del ser social que le conduce a definir el papel que está llamada a jugar en la sociedad, un papel que jamás puede estar condicionado por los asuntos de coyuntura, sobre todo si la situación de momento puede atentar con el orden que ayudó a establecer para garantizar la prosperidad de sus negocios.

Así las cosas, me resulta extraño que ante los aprestos de modificación a la Constitución de la República, uno que otro vocero del empresariado nacional haya manifestado simpatías con esta intención que solo procura permitir la repostulación del actual mandatario, como producto, según se especula, de un acuerdo que permita desmontar conquistas laborales alcanzadas a fuerza de duras luchas y procesos negociadores que permitieron arribar a consensos para el sosiego laboral y paz social.

El papel social de la clase gobernante está comprometido con la estabilidad que le garantice un buen clima de negocios. Sin embargo, el respaldo a una reforma constitucional alteraría el ambiente político, crisparía el social y desestabilizaría el desempeño de las empresas. Lo propio ocurriría con la “puñalada trapera”, como definió Pepe Abreu el proyecto de ley sometido por el Ejecutivo al Congreso, que persigue la eliminación de la cesantía, así como el de reforma a la seguridad social que alteraría la parte previsional en perjuicio de los pensionistas.

No hay que ser un genio para saber que desde el ámbito político, y del puramente reivindicativo, vendrán protestas que no se limitarán a levantar pancartas. Asumir estas aventuras sería matar la gallina de los huevos de oro -que en este caso es la estabilidad social, política y económica- que degradaría a los amigos empresarios a condición de chicos exploradores o párvulos al mando de un Boing 737 Max lleno de pasajeros.

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