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MUCHACHOS CON DON BOSCO

Al Consejo Nacional de la Magistratura

Me la gocé viendo algunos de los setenta y ocho postulantes a ocupar un puesto en la Suprema Corte de Justicia.

El protocolo era impecablemente observado: anuncio del nombre del candidato, posición de pie de los miembros del Consejo y saludo personalizado del postulante. Seguían luego cinco minutos de auto presentación de las virtudes del candidato, con santa humildad en algunos y con innegable orgullo por parte de otros. Claro, sólo las virtudes eran dignas de airearse; de las debilidades ya se encargarán otros. Luego seguía un cuarto de horas de preguntas y respuestas.

Y... ¡venga el otro! Era evidente, en unos más que en otros, el esfuerzo de los miembros del Consejo por escoger preguntas impactantes que pusieran implacablemente al desnudo la capacidad o no de los aspirantes. Obviamente las preguntas giraban todas en torno a leyes y procedimientos para la administración de justicia, como tenía que ser. Esta vez no hubo pregunta ganchosa sobre el aborto, pues difícilmente la Suprema tendría que enfrentar este tema como correspondería al Tribunal Constitucional, por lo del artículo 37 de la Carta Magna.

Tontamente, como si estuviera en otro mundo, me quedé esperando la madre de las preguntas, la que da sentido a las demás. Naturalmente hubiera sido un disparate, fuera de tono y contexto, que a alguien de los honorables miembros del Consejo se le hubiese ocurrido hacer ese cuestionamiento. Pero en el caso, locamente hipotético, de que yo hubiese formado parte del Consejo, de seguro me habría aventurado a preguntarles, no a uno, sino a todos los candidatos, cuál es la ley más importante en nuestro país.

De seguro todos hubieran respondido que la Constitución es la ley principal, porque es la madre de las leyes.

Se hubiera armado una risotada supina si a algún candidato, respondiendo a mi pregunta, se le hubiera ocurrido decir que la ley más importante, a la que todos debemos atenernos, es amar a Dios y al prójimo; que para eso está la Constitución, las leyes, los decretos, las resoluciones y todo el ordenamiento jurídico, De haber ocurrido, los medios de comunicación todavía estarían dándose gusto, hasta en El Cibao, repitiendo como bocina: “Ei Diache, ¡Tá pasao!”.

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