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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Hacer humanas las experiencias

Una compañía permaneció un día completo ociosa porque su sistema informático colapsó. Escuché a una joven amiga hablar sobre cómo la desesperación la embargó debido a que no podía usar sus redes sociales, a raíz de la reciente avería en una importante empresa de telecomunicaciones.

Recuerdo que hace poco compartía con una amiga en la cafetería de una librería. Su celular se había descargado y dejó el cargador en la casa. Estaba literalmente angustiada y tuvo que ir a una tienda cercana a comprar un cargador, porque no podía estar “desconectada” por unas horas y esperar llegar a la casa para cargar su móvil.

Ni esas chicas ni la compañía están preparadas para vivir sin tecnología, un recurso que resulta indispensable para la mayoría de la población mundial. Tanto es así que se ha convertido incluso en el sustituto ideal ante la falta de afecto y compañía.

El sábado leí un interesante artículo que aborda ese tema en el diario “The New York Times” titulado “El contacto humano es un bien de lujo”. Comienza con la historia de Bill Langlois, de 68 años, quien reside en una vivienda para personas de la tercera edad con activos por debajo de los US$2,000. Como su esposa aún trabaja y pasa la mayor parte del tiempo solo, una empresa le ha proporcionado la compañía de una gata llamada Sox a través de una Tablet. “Me ha devuelto la vida”, dice Langlois sobre la gata virtual con la que puede interactuar y le habla como si fuera un ser humano.

El artículo del diario neoyorkino tiene hallazgos interesantes, a partir de la historia de Langlois, y el principal, entre otros que no cito aquí por razones de espacio, es que los ricos se enfocan actualmente en pasar menos tiempo frente a las pantallas de aparatos electrónicos que los pobres.

En un mundo dominado por las tecnologías, hay sin dudas un aislamiento cada vez mayor, con la paulatina desaparición de las estructuras para la interacción social real.

Se observa, en cualquier escenario, las personas absortas a las pantallas de sus móviles sin reparar en quienes le rodean, incluso en el hogar, donde se ha ido perdiendo la tan necesaria intimidad familiar.

Ahora hay grupos familiares de “Whatsapp” que sustituyen los momentos para compartir, cada día más escasos. He visto personas reunidas en el hogar o amigos en cualquier lugar público, más pendientes de sus móviles que de “hacer humanas las experiencias”, como indica el citado artículo del diario estadounidense.

The New York Times cita, además, como en la mayoría de las escuelas de Estados Unidos la jornada académica transcurre en silencio frente a un computador portátil. Es un escenario cada día más presente también en países latinoamericanos, donde ahora la gran panacea impulsada por empresas tecnológicas es una educación que no se concibe sin una laptop para cada discente. Sin embargo, el artículo del diario hace referencia a una escuela primaria en Silicon Valley que se ha convertido en la más popular por su oferta educativa prácticamente libre de pantallas.

Y no es que la tecnología sea negativa. En realidad ha llegado para simplificar la vida de la humanidad y, correctamente utilizada es una herramienta valiosísima para lograr un mejor desempeño en la mayoría de las actividades de la vida diaria.

El problema radica cuando la tecnología se convierte en el sustituto del afecto y de la interacción con los seres humanos, incluso aquellos tan cercanos como nuestros familiares.

A Bill Laglois su gata Sox le toca sus canciones favoritas, lo regaña si toma refresco en lugar de agua y hasta le muestra fotografías de su boda. Cuando Sox “se duerme”, Langlois le acaricia la cabeza en la pantalla de su Tablet para que despierte.

Lamentablemente, por más feliz que se sienta Langlois con su nueva amiga, el felino no puede devolverle esa demostración de afecto, solo podría hacerlo su esposa cuando regresa a la casa luego de la jornada laboral.

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