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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Iglesia de Inocencio VI (1352 - 1362)

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Manuel Pablo Maza Mique, S.J.Santo Domingo

A la muerte de Clemente VI, afloraron en el cónclave las afiladas uñas de los cardenales. Acordaron, que limitarían los poderes del papa y ampliarían los del colegio de cardenales. En la práctica no se tomaría ninguna decisión importante sin su consentimiento. Inocencio VI declaró inválido este acuerdo.

El defecto más notorio de Inocencio VI fue favorecer a tres familiares con el capelo cardenalicio y entregar enjundiosos cargos a sus parientes. Se ocupó de que cada eclesiástico solo pudiera tener un beneficio. Sacó de Avignon a muchos prelados que andaban buscando favores en aquella corte. Emprendió la reforma de los dominicos y cuando éstos depusieron a su superior general, el papa lo restableció en su cargo y apoyó sus reformas.

Inocencio VI se las tuvo que ver con varios predicadores fanáticos. Tal fue el caso del franciscano Arnaldo Muntaner quien aseguraba: “nadie que lleve el hábito de San Francisco puede condenarse”. Y así mismo, que “San Francisco baja al purgatorio una vez al año y saca de allí las almas de los que pertenecieron a su Regla”. Muntaner escapó y continuó predicando en el Oriente.

Fue severo con los franciscanos espirituales, escuchados por muchos católicos. Metió en prisión a varios de ellos y mandó a la hoguera a un grupo de recalcitrantes. Santa Brígida de Suecia, viuda y mística, había alabado la elección de Inocencio VI, ahora le acusaba de ser un perseguidor de las ovejas de Cristo.

Mediante la bula de oro, los reinos de Alemania adquirieron en 1356 su autonomía en lo tocante a la elección del Emperador. Siete príncipes del imperio tendrían el derecho electoral, tres eclesiásticos: los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia y cuatro seculares: el rey de Bohemia, el conde del Palatinado renano, el duque de Sajonia y el margrave de Bandeburgo. La bula ni mencionaba al papa, quien tendría que aceptar la elección. Inocencio VI se quedó quieto. El imperio alemán perdía su sacralidad, Italia y el papa se libraban de un benefactor opresor. Crecían las conciencias nacionales italiana y alemana, todavía faltaban cinco siglos para alcanzar la unidad nacional.

La tregua de 1357 en la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, dejó sin sustento a muchos mercenarios que se entregaron al pillaje. Inocencio VI levantó murallas en Avignon, pero solo se libró de una de las bandas pagando un rescate. En Roma e Italia había desórdenes, pero Avignon era cada día menos segura.

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