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OTEANDO

¡Válgame Dios!

Hace algún tiempo escribí un artículo titulado “El precio de la exclusión” en el que abordé las limitaciones propias de los excluidos -en términos de instrucción- y la forma en que ello repercute en los núcleos sociales, políticos o institucionales en que se desempeñan. Lo propio ocurre en relación a los géneros musicales que últimamente están de moda. Pienso que el ámbito de exclusión en la que se forman nuestros jóvenes favorece que ellos busquen un cauce de expresión a sus inquietudes que no puede ser ajeno al que les permiten sus niveles de instrucción y su formación en sentido general. Sé que todo lo nocivo que haya en determinados géneros musicales, en tanto vehículos de influencias para modelar conductas, podría mitigarse si nuestros jóvenes disfrutaran de un ambiente inclusivo y de menos pobreza material en su formación, o sea, que comprendo en su justa dimensión el peso que tiene la indiferencia estatal ante nuestros semejantes “hijos de machepa”. La marginalidad solo pare dolores. Y lo peor es que muchos vivimos tan engañados que pensamos que los dolores de la marginalidad solo los padecerán los marginados y no es así, los traducen a quienes por acción u omisión propician su exclusión y es así como padecemos delincuencia en todas sus manifestaciones que aumenta la inseguridad, modas que irritan y composiciones de letra vulgar que ofenden la moral y el civismo.

Sin embargo, aunque lo anterior describe las causas y las consecuencias de la exclusión, cuestión que, insistimos, comprendemos en su justa dimensión, ello no es óbice como para que nos paremos en guardia para frenarla con acciones represivas incluso; una cosa no puede dar permiso a la otra y mientras acotejamos la carga el burro que la soporta debe andar el sendero correcto. La cuestión viene a cuento a propósito del reconocimiento público hecho en el marco de los premios “El Soberano” a un “artista” que promueve, en las letras de sus “canciones”, la violencia, el tráfico y consumo de estupefacientes y la cosificación de la mujer, lo cual ha desatado un debate público acerca de si debió dársele el premio o no. ¡Válgame Dios! Locución interjectiva que nos queda para expresar el sobrecogimiento. ¡No debió dársele nada!

A José Laluz le oí la idea de un plan de seguridad cultural que me agradó. Hagamos una ley para sancionar con altas multas el lenguaje rastrero y enajenante en esas “composiciones”.

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