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EL CORRER DE LOS DÍAS

El cadáver del brillo (2)

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

De lo indefinido del “aquello” y de la “cosa”

El principio o comienzo de todo es siempre el final de lo que llamamos orgullosamente “aquello; un “aquello” es una voz que se precia en dar vida e ida y vuelta a la palabra cosa, aquellas cosas no nos dicen nada, cosa es todo, desde un lucero hasta un perro faldero, la cosificación del mundo, parte del desconocimiento, porque en busca del brillo “aquello” encuentra sombras, pero evitando las sombras el aquello podría encontrar brillos; la sombra y los brillos son giratorios y se muerden la cola a pesar del silencioso ying-- yang que trasiega en su voz, ya mareada, todo lo que se mueve y se “desgasta”, lo que en sí mismo se hace y se deshace, lo que se nombra y se “desnombra” cuando el brillo de las palabras creadoras se transforma en modelo de dilución o en ebullición de su propia calidad verbal, negando el juego de luces o canción de auroras donde la palabra es un Logos tan poderoso que ni siquiera, cuando es luz, --aurora boreal,--- permite el eco tras el cual el universo, en voz de la divinidad se transforma en la sufriente y sudorosa materia que conforma las cosas, y dentro de ella, en la energía del aquello que la ciencia define como “un algo” que es la esencia de la cosa misma, “res-- cogitan”, que busca también convertirse en espíritu de luz, en oración y búsqueda de otras voces que compartan la voz, una, del universo que patalea tratando de confirmar su primera imagen, copia de sus orígenes. Todo viene siendo copia, pensaba el filósofo, porque la reproducción es la copia de lo mismo, al igual que la luz y la sombra.

Entonces las hormigas bobas podrían como variante de su creatividad, rebuscar palabras inaudibles como quien considera el “aquello” parte de un libro Mantilla en alguna de las lenguas desconocidas al que nunca será traducido porque sus hablantes son intraducibles al igual que su habla, quedando la misma solo en su resonancia sin texto, la que, al mismo tiempo, agonizando hasta sentirse letra, o sea, un todo, sueño que sería el de una sola jerga imposible.

La palabra, entonces semoviente, se defiende, su temperamento es como un acto de defensa propia que como el de una lombriz cimbreante y celular se fragmenta copiando desde su vida adulta la infancia siguiente, en vitalidad temprana nuevamente, una niñez creciente a reveladora de que el verme, la lombriz, contiene, al fragmentarse como la luz, capacidad de vida nueva en potencia.

Al fin y al cabo, todo brillo fragmentario es el padre o madre de infinita sombra inacabada. Hablar del fragmento de la luz es ahora base de la nueva ciencia que busca determinar por qué razones algo vaporoso y con propia conciencia, casi luz, se desprende del cuerpo cuando el big bang de la conciencia material se deshace, y el brillo y la sombra misma se dividen, y ese fragmento de luz se independiza.

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