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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Clemente VI, el apogeo de Avignon

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Manuel Pablo Maza Mique, S.J.Santo Domingo

Hasta el final, Benedicto XII siguió siendo monje y campesino. Cuatro días después de su muerte, los cardenales escogieron al purpurado más simpático, se llamó Clemente VI. Docto, buen predicador y amigo cercano y consejero del rey Felipe VI de Francia. Favoreció generosamente a parientes y compueblanos. García Villoslada lo presenta así. “Tenía Clemente cualidades de gran príncipe mundano, más que de sumo pontífice... nadie negará que en la atmósfera que envolvía la curia de Avignon flotaban miasmas de sensualidad en un resplandor de oro y de lujo”. En una de sus visiones, Santa Brígida oyó al mismo Cristo calificarlo de “Amator carnis” al referirse a Clemente VI (1960, BAC 199, 104).

Su tren de vida exigía cuantiosos gastos, pero también sus entradas eran impresionantes, por ejemplo, luego de la victoria del Salado sobre los musulmanes en 1340, el papa recibió parte del botín capturado. A la corte de Avignon acudían astrónomos, poetas y artistas de todo tipo que el papa protegió munificentemente.

En Pentecostés de 1342, alguno contó en miles los eclesiásticos que acudieron a pedir favores. Buscando entradas, Clemente VI se reservó los nombramientos a muchos cargos por la cual fue criticado, respondiendo: “mis predecesores no supieron ser papas”. Terminó el palacio que había iniciado Benedicto XII, lo amplió y le añadió otra torre. Iniciado en 1335, el palacio contaba con 133 metros de largo por 82 de ancho. El palacio, de severo estilo gótico, tenía seis torreones y gruesos muros, pero el enemigo estaba adentro, ¡el papado llevaba décadas fuera de Roma y no pensaba regresar!

Clemente VI adquirió para la Santa Sede la ciudad de Avignon comprándosela a la reina de Nápoles, Juana de Anjou. En el 1309, cuando los papas empezaban a residir en Avignon, la ciudad contaba con unos 6,000 habitantes, ahora en 1342 superaba los 40,000.

Los cristianos llevaban mal la ausencia de los papas de Roma y su estilo de vida. Mucha gente consideró como un aviso del cielo la epidemia que se desató, una de las más terribles de la historia: la peste negra. Durante apenas dos años mató a 40 millones. En algunas zonas murió una de cada dos personas. Desde Avignon, Petrarca escribía el 27 de abril de 1348: “La mitad de la población aviñonesa ha perecido y más de 7,000 casas han cerrado sus puertas”.

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