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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Benedicto XII (1334 – 1342)

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Manuel Pablo Maza Mique, S.J.Santo Domingo

Pocos días luego de la muerte de Juan XXII, en diciembre de 1334, los 24 cardenales se dividieron, reflejando dos grandes tensiones de la Iglesia: la primera: los italianos, al igual que muchos fieles, querían que el próximo papa electo regresase a Roma y los franceses, apoyados por su rey, que permaneciese en Avignon, amarrado a la agenda francesa. La segunda división se refería al Emperador alemán, Luis de Bavaria, encarnizado enemigo de Juan XXII. Unos cardenales querían mantener la postura intransigente del papa difunto, y otros aconsejaban una política conciliadora. Comprendían que, con el Emperador excomulgado, la Iglesia alemana sufría. Él era culpable y no menos, el prepotente Juan XXII y los hilitos de la tela de araña francesa y napolitana que le sujetaban.

Para catar el sabor del siglo XIV y concretamente de este cónclave, hay que degustar un libro de Giovanni Villani, prolijo en detalles, interpretaciones amplias y anécdotas sublimes, como si fueran Las Memorias del Siglo, de Ana Mitila Lora, sin las fotos. Fue Villani quien refirió los pormenores de la inesperada elección del cisterciense Jacobo Fournier para suceder al agrio Juan XXII, anteponiéndolo, por equilibrios electorales, a otros más ilustres purpurados. Tan sorprendido estaba este humilde y docto campesino de oscura familia, que al verse electo exclamó: “Habéis elegido a un asno” (Giovanni Villani, Istorie Fiorentine XI, 21).

Ricardo García Villoslada, retrató así a Benedicto XII: “... espiritualmente piadoso, humilde, sencillo, pacífico, sereno, nimio y meticuloso en sus disposiciones”. No fue nepotista. Le acusaron de beber demasiado, pero la flecha provenía de sus enemigos. Villoslada opina que en ella había “mucho de exageración, si no de calumnia”. El nuevo papa reconocía sus limitaciones en asuntos políticos. No supo zafarse de los intereses franceses para tratar con libertad con el Emperador alemán. Por su parte, la nobleza alemana aprovechó la cerrazón del papa para dictaminar en Rense, cerca de Coblenza, en julio de 1338, que la dignidad imperial provenía directamente de Dios y no del papa. Más tarde, una asamblea en Frankfurt declaró nulas las excomuniones contra el emperador. Benedicto XII no logró detener la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia (1337 - 1453).

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