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Sobrevivir en la igualdad

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

A Magaly Pineda, por su siembra feminista

“Ser mujer, y no morir en el intento”.

La frase prendió, a partir de titularse con ella un libro que fue un “issue”, y que dio luego título a otros, y a una estupenda película dirigida por Pedro Almodóvar.

El mensaje, o el meta mensaje, era obvio: nos alentaba a las mujeres en nuestros pujos de sobrevivir, pero reconocía lo duro y riesgoso del “intento”.

Funcionó, por lo menos para quienes sabíamos leer e interpretar los libros y el film. En República Dominicana, había resurgido el feminismo, después de un largo y silencioso lapso que hizo que fueran olvidados los afanes de Abigaíl Mejía. Yo misma, que no había reflexionado mucho sobre mi injusta desigualdad de género, empecé a aumentar mis conocimientos, mi indignación también, a la luz de la prédica de Magaly Pineda, en la UASD inolvidable de los setenta.

Antes, en la Revolución de Abril, ese ensayo heroico y libertario, mujeres valientes participaron mostrando sus capacidades y sus vocaciones de servir, luchar y morir por la patria, igualito que los compañeros varones.

Pero la Revolución no triunfó y apenas en la UASD la voz de Magaly y de Ana Silvia Reynoso mantuvieron el eco de la conciencia de género.

Cipaf, la institución creada por Magaly, y sus publicaciones inolvidables, revivieron más tarde el feminismo, esta vez con más radicalidad.

En la actualidad, pronunciar de corrido “Ser mujer, y no morir en el intento”, tiene un sentido distinto al primitivo.

Más que una declaración de convicciones feministas, es una alerta, mezclada con desconfianza y hasta con miedo, ¡porque en verdad, perdemos la vida por solo ser mujeres!

Se sabe que la violencia de género es una práctica ancestral, una costumbre, un hábito, una tradición, o sea, un problema cultural.

Desde que el hombre primitivo descubrió la propiedad privada, tal como explica Engels en su obra “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, ese varón percibió a la mujer como parte incluida, en su dominio de dueño.

Desde entonces, pasando por interpretaciones teológicas y por el “derecho a pernada” del medioevo, hemos sido dominadas, maltratadas, violadas, quemadas como brujas, objetos, en fin, y no sujetas.

Hubo algunas, más de las que los historiadores mencionan, que se atrevieron, a ser distintas: ahí están Juana de Arco y Madame Curie, como ejemplos. Pero la cultura patriarcal se ha impuesto, por encima de nuestras rebeldías y luchas, y aunque se disimule sigue, a veces latente, otras veces sin rubor alguno, más cruda y amarga en el Oriente que en el Occidente, y mucho más visible en países subdesarrollados como el nuestro.

Como se sienten dueños, los hombres han dificultado nuestra participación en política, y por tanto, nuestro acceso al poder.

El último golpe nos lo da la recientísima Ley Electoral, que limita aún más nuestros derechos ciudadanos a aspirar y ganar un puesto en el Estado.

En nuestro país, las cifras hablan, mis lectores, sobre todo mis lectoras, pueden buscar las estadísticas oficiales: en salud, mueren cada vez más mujeres en sus partos, cada vez más precoces; en educación, hay cada vez más mujeres en universidades, pero tienen menos oportunidad como profesionales, y hay un alto índice de deserción en los niveles preuniversitarios más de hembras que de varones.

Como complemento perversamente efectivo, en la República Dominicana ha aumentado el costo de la vida, los alimentos, sobre todo, suben de precio como espuma.

Las mujeres, administradoras de las casas, como suelen decir las feministas, las más pobres entre las pobres, como las caracterizan organizaciones como Cepal, sufren cada mañana al enfrentar la difícil tarea de distribuir un escaso presupuesto, en un país donde muchos salarios son menores que el precio de la canasta familiar.

El panorama descrito así, parece desesperanzado, oscuro. Pero ayer fue el día en que ¿se celebra? el Día Internacional de la Mujer y no sería justo ni solidario concluir este artículo en un tono pesimista y fatalista.

Así como en medio de tantos fracasos, las mujeres hemos logrado algunas conquistas indudables y aún no hemos muerto en el intento, podemos y debemos creer que si nos mantenemos en la trinchera, tarde o temprano lograremos lo que en verdad necesitamos: el reconocimiento de nuestros derechos como humanas y como ciudadanas a ser iguales a nuestros compañeros varones en cuanto a disponer de las mismas oportunidades en salarios, en acceso a funciones y empleos en el Estado y en el sector privado, y por supuesto en las boletas electorales.

La igualdad también debe ser ejercida en el hogar, donde la pareja de hombre y mujer tiene que comprometerse en la realización de los quehaceres de forma equitativa.

No hemos muerto en el intento, sobrevivamos pero en la igualdad.

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