Manual de la imperfecta homilía

En los países que visito lo primero que hago es ir a una librería de obras espirituales o religiosas. En uno de los tantos viajes que doy a México, con motivo de una reunión que trataría asuntos relacionados con el béisbol, específicamente en el 1996, me llamó la atención en la librería que visité un libro de Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa titulado Manual de la Imperfecta Homilía.

Sobre este libro he escrito antes refiriéndome a cómo hacer todos los esfuerzos para predicar mal. Monseñor Peñalosa cita al inicio de su libro Hechos de los apóstoles (20,7-12), que narra como un joven, llamado Eutico, que estaba sentado en el borde de la ventana, y como Pablo no terminaba de hablar, el sueño acabó por vencerle, se durmió y se cayó desde el tercer piso al suelo y lo recogieron muerto, por suerte Pablo pudo volverlo a la vida pues su alma todavía estaba en él.

Entre los comentarios del libro que refiero destaco, lo que dice sobre lo difícil de encontrar responsables de las homilías que sepan pronunciarlas “breves, directas, amenas, entendibles, exhortativas, capaces de ayudar a comprender mejor la Palabra de Dios, a participar más fructuosamente en la celebración de la eucaristía y a transformar evangélicamente la vida”.

Lo que debe comprender el predicador por más instruido que sea, no es saber lo que va a decir, sino saber cómo decirlo. El secreto de la homilía cuenta Monseñor Peñalosa, está en lo siguiente: “Dime cómo te preparas y te diré cómo predicas”.

En pocas palabras, nos dice que la imperfecta homilía “no tiene contenido, es vacía, no dice nada, no enseña nada, no aclara nada, no activa la fe de nadie, es como una naranja destilada por el extractor de jugos, en fin cascara seca”.

Ni hablar del tiempo de duración de una homilía que recomienda no debe pasar de siete minutos, porque como aparece en el Quijote (Parte I, cap. 11): “Nunca lo bueno fue mucho”. Publica todos los viernes