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EL CORRER Y LAS COSAS

La penumbra

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Voy a soñarte, no escaparás del sueño, (presidio de hojas secas y canciones), ni alcanzarás la muerte que prefieres, porque estarás, gerúndica y vital, naciendo y renaciendo en mis palabras, en acciones disueltas, luchas del pensamiento, dichas para existir y para que en la perennidad de la parábola se columpie tu imagen.

Yo soy alguno, máscara de otro mismo y huella del nosotros y a veces de tu nombre. Por tanto, soy “tu aquello”, un “algo” que importuna. Espina en el costado que revive y fermenta.

Tú, Oh sibila interior, la que me obsedes, la que hoy reservas, la que eres azul pálido proteico y otras veces relámpago corpóreo, mapa sin hemisferios; gris promontorio de inconexas luces, espanto indefinido; la que adivina insomnios, la simiente, la que eres diosa, sombra, coraza, refulgencia.

Clavado en guayacanes, trotando entre corceles, tu Cristo inscribe en soñolientas metáforas la verosimilitud repartida en espasmos que enceguecen la luz del impar universo. Gerundio de mi sangre.

Sibila en años de oro, danza de plata y cobre, certidumbre y veneno entre diamantes similares al sueño, transeúntes del alma. Ser esperando al Ser. Efluvio de sonrisas concentradas en pomos de alabastro y de sándalo, Sibila, agua de junio, la que apunta su voz en calendarios donde la desnudez proteica de fechas apuntala tu aleatoria distancia sin fronteras. Penetras los espacios provocando desvelos. Niña-mujer de atónito semblante, donde la muerte es poca. Deterioro insensible. Sin velos, sin cubierta que domine tu cuerpo con despliegues de edades. Fuera de todo tiempo era tu tiempo.

Sigues siendo Oh, Sibila, en lo eterno la tarde, la mañana incoherente con almendros gastados, (no te asustan los vuelos), los gerundios te siguen, álbum de predicciones, testigos de retazos, virutas de la luz que abanicas cuando estoy en el trono de David, donde los nombres sobran. Donde tu sombra basta y las féminas vibran ante el rey esperando su turno en la progenie y apuran ambrosías a nombre de su nombre. Y multitudinarias se funden acopladas por el fuego divino, respondiendo a un llamado sin diéresis atada.

Mi Sibila interior, afortunada dimensión del espíritu, lucha de carne y plásticos, de injertos de platino, que esperan destronar el papiro donde el viajero descifra futuros, reconstruye ciudades y voces fragmentadas.

Oh, Sibila, siempre atenta al ritmo crepuscular de un beso, al ruido de mis celos y rumores, míos aún más que otros rumores, y tuyos más que míos. Me inclino ante tu imagen, junto a Rilke, queriendo hablar, hablándote en mí mismo, para que mis palabras desciendan, y en la roca residan mientras tu mundo viva.

Me inclino para esparcir los trinos sonámbulos que viven en el viento, que van y vienen sin saber de dónde. Voces de la inocencia, valses de viejas lunas repicando tu gloria en los amaneceres.

Sibila musical hecha un bolero en soledad marina. Hablando, mis palabras pernoctan en tu abismo como en las catacumbas tus reclamos.

Me inclino y me desbordo como un río, como una copa rebosando mares. Y en ese movimiento amplios gerundios, movimientos del tiempo hechos palabras, restauran el pasado. Me arriman a tu melancolía fugitiva.

En la longevidad de la “tierra baldía” ya te mostré con Eliot el camino, y en la intensa morada de las huellas encubriste los soles hirvientes para tu piel tostada, transparente, mulatidad de siglos que errabunda, se acurrucó en mi canto varado en los caminos; densos celos y púas de atardecidas sombras que una vez me aguardaran y anudaran las distancias que, augurio de sonrisa, pluralidad del labio y palabra cuajada, y voz pretérida, yo, también, tu Sibilo, persigo cortejando en las distancias de tu inmovilidad eternizada.

Penélope imborrada, costurera frutal de la impaciencia cuyos paños naciendo de la espera proclaman verdaderas cicatrices.

Ida y volver surgiendo, gerundio columpiándose como un tiempo que llega y que se aleja a la vez que regresa. Gerundio compilado, colección de cariños parpadeantes.

Ida y vuelta del todo antes de todo.

La sombra de la luz desguarnecida.

Matarile escondido en la maleza.

¡Oh Sibila, yo que abrigo de tí la primavera, los años me penumbran la memoria, y no puedo escucharte ni abrazarte!

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