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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Marsilio de Padua (1275 – 1342 ca.)

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Manuel Pablo Maza Mique, S.J.Santo Domingo

Era laico. Realizó estudios de medicina y fue Rector de la Universidad de París. Cuando Luis de Baviera marchó sobre Roma en 1328 para ser coronado emperador, en su comitiva viajaba Marsilio de Padua, probablemente como su médico de cabecera. Al igual que Dante, Marsilio conocía los escritos de franciscanos espirituales como Ubertino da Casale. Fueron aliados contra un papado rico y pretencioso.

Para Marsilio, un gobierno servía, si sus instituciones eran sólidas. No cifraba el éxito de una sociedad en sus ciudadanos virtuosos, ni en un gobernante fuerte, sino en instituciones que funcionasen eficientemente promoviendo el bien común y la paz. Como médico, el cuerpo humano, organismo vivo era su modelo.

Marsilio pensaba en una sociedad de ciudadanos cristianos, pero su Dios actuaba como una causa remota. Cual filósofo ilustrado, Marsilio postulaba que los gobiernos son criaturas de la voluntad humana y por tanto, en definitiva, la autoridad y la soberanía legítima residen en el pueblo, o en la totalidad de los ciudadanos, ¡no en Dios, ni en el papa! En toda sociedad, el legítimo fundamento de la ley es el consenso de sus ciudadanos.

Papas como Bonifacio VIII reclamaron la plena potestad en asuntos religiosos y civiles. Marsilio se fue al otro extremo, empuñando su pluma como una espada contra el autoritario papa Juan XXII: “lo que tiene en desasosiego el reino es la creencia equivocada de algunos obispos de Roma de que Cristo les ha dado la potestad plena”. Pero ya Cristo decía, “mi Reino no es de este mundo” (Juan 18, 16). Para Marsilio, el Emperador tenía poder sobre el papa, el concilio y la Iglesia. Lutero y Enrique VIII le habrían invitado a una cerveza.

Influido, tal vez por los franciscanos espirituales a quienes trató personalmente, Marsilio defendía que al papa y los obispos les toca le tocaba vivir la pobreza evangélica y administrar los sacramentos, carecían de facultad para legislar, poseer, vender o comprar sin autorización del rey. Hastiado de los favoritismos pontificios a favor de corruptos e incompetentes, Marsilio sostenía que los fieles deberían de elegir sus párrocos y vigilar a sus supervisores.

Era competencia del gobernante secular el implementar las leyes, tanto divinas como humanas. En su obra Defensor Pacis, Marsilio afirma: “La intervención del papa y su reclamo de la plenitud del poder han tenido como resultado una enfermedad o infección de la dimensión política, que se ha extendido rápidamente por toda Europa”.

Marsilio se ocupa de lo político sin ninguna referencia a lo trascendente. Un estado es justo, piensa Marsilio, si funciona armoniosamente en sus diferentes organismos y si garantiza suficientemente la vida. Como lo señala el Profesor Unn Falkeid, una debilidad del pensamiento de Marsilio fue creer que el legislador humano no puede fallar. Si el legislador aprobó una ley basado en un conocimiento verdadero del asunto, esa ley era justa. Si el pueblo le dio la facultad al legislador, lo que éste establezca es justo. Marsilio de Padua legitimó así la tiranía establecida por Luis de Bavaria en Roma, a la cual sometió a curas y laicos. Nada tan pacífico y ordenado como un cementerio.

El 18 de abril de 1328, Marsilio junto con el franciscano Ubertino da Casale firmó un decreto pidiendo la deposición pública de Juan XXII.

El pensador medieval Marsilio de Padua paró de cabeza la filosofía política de su época. La plenitud del poder no residía en el papa, sino ¡en el pueblo! Por su parte, Luis de Bavaria intentó reconciliarse con Juan XXII, y sus sucesores Benedicto XII y Clemente VI, pero nunca animó los franciscanos espirituales, ni a Marsilio de Padua a someterse al papa, ni tampoco los castigó (Unn Falkeid, 2017, “Marsilius of Padua and the Question of Legitimacy”, The Avignon Papacy Contested, 52 - 74).

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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