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OTEANDO

“Cuando lleguemos a ese río...”

La incertidumbre se ha apoderado de muchos políticos. El ambiente de cara a las elecciones de 2020 no puede estar más tenso -al menos en lo que hace a la definición de candidaturas-, la nueva ley de partidos trae plazos, procedimientos y consecuencias en lo relativo a las candidaturas y los que ya la han estudiado se exprimen el cerebro para ensamblar fórmulas que les permitan la subsistencia individual o colectiva de los intereses que representan; en el resto, que son los más, se suceden conjeturas tan varias como individuos hayan.

Pero lo grande sucede en la angustia que comporta la mayoría por no saber a qué palo alojarse, pues es sabido que la naturaleza humana no está hecha para el perjuicio y quedarse inmóvil no asegura nada, pero actuar podría ser letal. De ahí esa necesidad tan urgente que uno advierte en muchos de identificar a tiempo los rumbos y las distancias para trazar camino, elaborar estrategias de acercamiento a los potenciales triunfadores con la idea de asegurar su estatus, y en el caso de los que no tienen estatus político, los “descamisados”, lograr una acertada inserción que le asegure uno y bueno.

No es para nada pecaminoso aspirar a lo mejor, lo cuestionable o no es el procedimiento que algunos usan o se ven compelidos a usar para lograrlo. Y digo compelidos porque, siendo honesto, aún nos queda mucho para lograr un país en el que sus ciudadanos tengan independencia de criterio y sentido crítico para escoger, donde esa escogencia no esté matizada y orientada por la necesidad de sobrevivencia. Y que nadie se equivoque al juzgar esta opinión, pues, lo que quiero expresar con ella en modo alguno implica al gobierno actual, en modo alguno implica que éste sea el responsable de la cuestión. El mal es estructural, los dominicanos aprendimos el clientelismo a partir del vacío dejado por el Estado colonial, factor que permitió el surgimiento de los caudillos regionales que, para asegurar seguidores, compraban el apoyo de éstos con dádivas de todo género. Nuestra capacidad de escogencia en el marco de la democracia resultó así viciada desde la Restauración. Pocos gobiernos como el actual han hecho tanto para hacer de los ciudadanos entes productivos, pero la cosa no es como Aladino y su famosa lámpara.

Por eso -retomando la cuestión de la incertidumbre- la situación crea tanta pena como vergüenza y no deja de resultar hilarante en ocasiones, porque conozco personas a las que, desgraciadamente, he debido bloquearles la entrada de llamadas a mi teléfono, pues se pasan los días llamando y cuestionando sobre si ya uno está enterado de lo que va a pasar. Y no faltan los que acusan a uno de excesivamente hermético, porque no se concibe que, llamado a tener informaciones categóricas sobre el particular no las dé.

Aconsejo no desesperarse, porque como dicen los italianos: “Lo que ha de ser, será” y como decía Julio César, “cuando lleguemos a ese río cruzaremos ese puente”.

El autor es abogado y politólogo

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