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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Agua, Espíritu Santo y fuego

Juan el Bautista vio cómo la gente acudía a él para bautizarse y confesar sus pecados. Llamaba a los judíos a sumergirse en el río Jordán como expresión de arrepentimiento, anunciaba la cercanía del reino de los cielos y predecía la inminente venida del Mesías, es decir, de Aquel que bautizaría “en Espíritu Santo y fuego”.

A este propósito, y solo a él, dedicó el Bautista su breve vida y energías. Puso de manifiesto tres tipos de bautismo: en agua para arrepentimiento, un simbolismo de limpieza y purificación; en Espíritu Santo, porque todo aquel que cree en Cristo es bautizado espiritualmente, y fuego, una representación de juicio contra los no arrepentidos.

La escena del bautismo de Jesús está descrita con más detalles en el Evangelio de Mateo, que, de paso, es el único autor que reproduce con precisión el diálogo entre Juan y el Redentor antes de la inmersión.

Tras creer inapropiado bautizar al inmaculado Cordero de Dios, Juan cedió y lo hizo, ante el argumento del Mesías: “Hazlo así por ahora, pues debemos cumplir con lo que Dios manda”. Cuando Jesús salió del agua, y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajaba sobre Él en forma de paloma. Entonces una voz vino del cielo y dijo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia”. Este episodio de Mateo presenta la primera aparición clara de la Trinidad registrada en la Biblia. El Padre confirma al Hijo como Mediador; el Hijo solemnemente se encarga de la obra, y el Espíritu Santo desciende sobre Él para que, luego, lo comunique al pueblo. Fuera de Cristo, Dios es fuego consumidor, en Cristo, un Padre benevolente. (Vea Mateo 3:11,13-17, Marcos 1:9-11 y Lucas 3:21-22).

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