Las aporías de Benedicto XI (1303 - 1304)

Benedicto XI no cumplió el año siendo papa. Su pontificado duró 8 meses y días, desde el 22 de octubre de 1303 en que fue electo por unanimidad, hasta el 7 de julio del 1304 en que falleció, unos creen de disentería, otros por envenenamiento.

Bonifacio VIII y sus pretensiones de poseer “la potestad plena” sobre reyes y fieles acabaron con su muerte, acelerada por la violencia padecida de sus captores y el terrible impacto emocional de verse secuestrado y camino de un juicio presidido por su peor enemigo.

El dominico, Nicolo BoccasinÚ, superior general de su orden, era manso y pacífico. El rey de Nápoles, cuyos intereses había servido, apoyó su candidatura. El cardenal BoccasinÚ era un profesor respetado. A pesar de no simpatizar con la política anti- francesa de Bonifacio, se mantuvo firme a su lado cuando sus enemigos franceses pusieron sus manos sobre el papa.

Buscando la paz, Benedicto XI absolvió a los dos cardenales, Colonna y sus familiares, de la excomunión fulminada por Bonifacio VIII, pero no les devolvió, ni el rango de cardenales, ni sus bienes. En Roma se desataron los tumultos: los partidarios de Bonifacio VIII creían que los Colonna merecían mayores castigos, y ellos por su parte, aspiraban a sus bienes. Tan grandes alborotos movieron al papa trasladarse a Perugia.

El rey de Francia, Felipe IV el Hermoso, pedía un concilio para juzgar a su predecesor Bonifacio VIII. Benedicto XI lo absolvió de la excomunión al rey y sus familiares, pero no convocó el concilio. Perdonó a todos los franceses que habían participado en la “misión imposible” de secuestrar a Bonifacio VIII, pero mantuvo la excomunión para el jefe de la expedición, el secuaz del rey de Francia, Miguel de Nogaret.

Felipe IV se sintió satisfecho cuando Benedicto XI no insistió en la prohibición de imponer impuestos sobre los eclesiásticos. Al rey le fueron concedidos por dos años todos los diezmos de la Iglesia.

Era tal el grado de las intrigas, dimes y diretes que rodeaba al papa, que solo se sentía bien entre sus correligionarios dominicos. Solo tuvo tiempo de crear tres cardenales, los tres fueron dominicos.

A lo largo del siglo XIII, franciscanos y dominicos, se destacaron tanto, que recibieron toda clase de privilegios, sin importar su interferencia con la vida parroquial. En 1301, mediante la bula Super Cathedram, Benedicto XI limitaba sus facultades de predicar y oír confesiones, exigiéndoles contar con los obispos y los párrocos.

En una Europa en que uchos eclesiásticos vivían una vida opulenta, los franciscanos impactaron por su pobreza. Una facción de esta orden quería vivir más estrictamente la pobreza. El pueblo los respetaba y los papas se molestaron, pues habían sido ellos mismos quienes habían autorizado las medidas que hacían de la orden franciscana una orden poderosa en recursos. Benedicto XI llamó al orden severamente a los franciscanos radicales. Cuando uno de ellos, su propio médico, criticó sus amonestaciones, ¡el papa lo metió preso! Pero no se puede encadenar ninguna idea.

Cuando los griegos enfrentaban un callejón sin salida, hablaban de una aporía. Benedicto XI sabía que detrás del fallido secuestro de Bonifacio VIII estaba el rey de Francia, un poderoso monarca. No podría absolver a Nogaret, pero tampoco podía procesarlo. Benedicto XI sabía que era papa por ser obispo de Roma, la sede de Pedro, pero si residía en Roma estaba expuesto a las intrigas de los Colonna, quienes murmuraban de su elección irregular, tenían dinero y partidarios desalmados.

Tantos se curaron visitando su tumba de Benedicto XI, que Clemente XII lo beatificó en el 1736. El milagro hubiera sido que su sucesor se librase de los franceses y pudiera residir en una Roma tranquila. Lamentablemente no ocurrió. Sobrevino el desastre: papas más poderosos, pero ¡residiendo en suelo francés!

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM mmaza@pucmm.edu.do