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Virgen de la Altagracia, ¡llama y quejido!

(A Víctor Grimaldi y a Rita De Moya de Grimaldi)

“Anegada en hondos arbitrios terrenales/ Desde la fontana de una vocería plañidera/ ¿Quién pudo sobre el mar turbado/ dar vueltas al cielo y hurtar tu silueta?/ Esfera violeta de una estrella/ La gloria de los sentidos ciñe tu semblante/bajo una jerarquía de luz encantada/ Tienes una cintura de alba amarilla infinita/ Y es llama y quejido tu imagen/ envoltura de alas en mis ojos/ ¿Quién guía la luna de tu rostro/ y la inunda en su abismo etéreo/ de aguas vivas que se embarcan en tu esplendor?/ ¿En qué oscuro mundo de espesas olas/ sobre qué voraz espiral de fieras y alhajas/ fundaron las energías tu bondad sorprendida/ el estribo divino de tu gozo? / Doncella que reanudas la fiera fe/ Virgen de la Altagracia/ Tejes la centella de mi embebecimiento/ Dichosa belleza que no menguas/Tu amor puebla mi corazón/ Tu pureza es maravilla en la colina/ donde festeja la danzarina de las lluvias y las crisálidas/ el velo sutil de la quimera/ Vestiduras donde se cobijan los dones/ la cubierta cantarina del cuerpo/ Oh, Virgen de la Altagracia/ Mil soles en la ronda tierna de la piedad/ Calado vívido/ Cañada de auroras en mi infancia ciega/ Atinada seducción de gloria/ Hospedaje de prodigios y penitencias/ Aparición ígnea/ Alta es tu lumbre y tu gracia/ María, Madre de Jesús/ Vellocino onírico del linaje del amor... “

Al escribir estos versos lo hice en un encantamiento sutil de reencuentro con mis raíces, con mi formación cristiana y sobre todo con mi devoción por el culto a la imagen de Nuestra Señora de La Altagracia. Todo lo que embarga el sentido humano de la existencia, tiene que asociarse a una búsqueda permanente del amor como creación perpetua de las energías divinas. Error fundamental es pretender convertir la divinidad en una entidad imperfecta plagada de las mismas necesidades y dolencias del proceso evolutivo de la raza humana. La confusión ha sido tan gravosa que el uso indebido de la espiral de luz y armonía que ha creado el universo, mal traducido y peor empleado entre nosotros, ha fomentado las mayores distorsiones posibles al quehacer humano y a sus luchas por sobrevivir en medio de las mayores miserias humanas y espirituales.

Como si Dios fuera humano, como si el Padre tuviera nuestras pasiones elementales, químicas y orgánicas que desbordan nuestra racionalidad en extremos penosos. Como si el Reino de Dios en la tierra no fuera la negación consciente, moral y espiritual de toda codicia, poder y egoísmo. Como si pretender alcanzar a Dios a través de profesiones de fe, no fuera al mismo tiempo una lucha absoluta contra los demonios que azuzan la ambición desmedida, la explotación, la acumulación de riquezas, como dijera el gran poeta norteamericano, Carl Samburg, cuando señaló que había visto “como el mucho dinero más allá de simples necesidades, había convertido a hombres buenos y sanos en gusanos secos y retorcidos”.

La Virgen de la Altagracia es una sublimación, un acto a través del cual, plasmamos una imagen crecida de amor en el drama de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Son los símbolos los que establecen la medida de nuestro crecimiento espiritual y humano. Apenas vehiculados por una desgarrante formulación secular evolutiva, la criatura humana solamente puede diferenciarse de las especies animales, a través de la conciencia, o sea, del grado superior del conocimiento y de su conexión con Dios, que es sumatoria de energías conscientes en expansión en el universo. Todo el reinado humano de la historia es una equívoca marcha de desaciertos, de negaciones de las conquistas alcanzadas, de la incapacidad troncal para crear una sociedad basada en la igualdad y la solidaridad. Ni el más desarrollado de los humanos en términos de la cibernética y los avances tecnológicos actuales, está en condiciones de garantizar la supresión del odio, la ambición desmedida y la opresión sobre los otros. Internamente el ser es un amasijo de contradicciones y veleidades que dan al traste con la entereza y coherencia que necesitamos, para lograr un nuevo orden en armonía espiritual y no en colisión permanente con todo lo creado.

Los altos momentos de la cultura universal, las magnificas creaciones musicales y artísticas, los procesos de acumulación de sabiduría y erudición, no pueden prescindir de la capacidad de asombro y encuentro dentro del mismo ser, de fuerzas e iniciativas espirituales de amor e inserción en el plano divino del universo, donde todo fluye y se expande infinitamente. Nuestra ruptura con el sentido de permanencia debe orientar el flujo ininterrumpido de semillas de vida bajo la égida perfecta del orden universal.

La fe es un recurso superior del alma. Es la diferenciación más alta de los seres humanos con la desolación y el infortunio de la muerte. Sostiene las vibraciones de la vida y traslada a espacios superiores de vivencia el destino de nuestras almas, no de nuestras personalidades, que finalmente son disfraces sociales para las escaramuzas de lo que el filósofo argentino, José Ingenieros, llamó, “la simulación en la lucha por la vida”. La Virgen de la Altagracia es una figuración viable, funcional y permanente de la belleza de Dios, en su piedad, en su sacrificio, en su protección como entidad de congregación de la ternura y del amor más puro.

Hilvané estos versos a Nuestra Señora de la Altagracia, yo, que crecí bajo esa formación y educación esencial, y que hoy admito que nunca me ha abandonado en el duro desafío de luchar y vivir de acuerdo a una ética, a principios, a una sensibilidad social y a un amor flamígero, que nuestros padres nos legaron como herencia y mandato de fe hacia Dios.

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