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UMBRAL

Vuelta a las tensiones

La política es dinámica y está llena de vericuetos; en ella nada es lineal y avanza zigzagueando hacia horizontes claroscuros, en una disputa entre la reverberación del meridiano y la siniestralidad de las tinieblas. Nunca es una avenida lisa aunque por momentos se circule con fluidez, como parecía ocurrir en el PLD durante los últimos días del año recién finalizado, en los que la distención comenzaba a despejar la bruma condensada en episodios pugilísticos escenificados en un cuadrilátero ocupado por la esquina constitucionalista (estilista) y los anarquistas (rudos).

Los teatros boxísticos “intrapartidarios” y extrapartidarios no responden a un espectáculo deportivo. Es el resultado de luchas de intereses, unas veces personales o grupales, como expresión de los más bajos instintos; y otras de clases, sectores de éstas o comunidades que asumen demandas de determinadas colectividades; éstas representan el lado más puro de la política. Las primeras tienen proclividad al atajo, para lo cual se saltan las reglas de juego establecidas; es el arte inescrupuloso de tragarse el tiburón podrido sin eructar; las segundas recorren el camino de la decencia ajustándose a las normas establecidas en medio del lodazal que se les lanza.

La toma del poder político mueve el interés de estas luchas y una confusa telaraña de palabras atrapa al público en redes retóricas de mentiras, verdades, medias mentiras y medias verdades que convencen y cautivan (secuestran), de suerte que la articulación de narrativas pone a la gante a defender posiciones, muchas veces de forma militante, que van en contra de sus propios intereses, porque se llega a un punto de enajenación tal, que la capacidad de reflexionar se nubla o anula, lo que crea comunidades de autómatas, de altoparlantes repetidores que día a día, por falta de ejercicio intelectual, van perdiendo las neuronas.

El pensamiento simple se pierde y el razonamiento pasa a ser un patrimonio más cercano a los primates, pues son más proclives a remedar las muecas de los manipuladores, a dejarse llevar por hilos de titiriteros. Aplauden, como focas, sin saber por qué lo hacen, por qué repiten consignas sin descomponerlas para escrutar en sus significados reales. Tal vez sería mucho pedir en un mundo donde se ha banalizado el ejercicio de la política: que ya no es ciencia, ni arte; es espectáculo embaucador, carnaval de tontos embriagados.

El Estado plagiado para plagiar a los ciudadanos, plagia a los medios de comunicación con bolsas de oro, y éstos, a su vez, plagian la información veraz que comunicadores plagiados sirven plagiada. Y no es un juego de palabras, es una cadena palpable de secuestros que manipula la verdad para que parezca que burlarse las leyes y la Constitución de la República, es una acción revestida de legalidad y legitimidad que la anencefalia colectiva debe celebrar con entusiasmo independentista.

Parecía que los titiriteros de las luchas personales y grupales habían resignado sus actos manipuladores, parecía que las aguas volvían a besar con mansedumbre la dura pared de los arrecifes contentivos de las pétreas verdades anidadas en las luchas constitucionales que defienden el orden democrático y de garantías que sirven para canalizar la prosperidad que niega el caos propiciado por el constante cambio en las reglas de juego para favorecer personas o grupos; pero no, han vuelto, con su reelección, a intranquilizar y crear tensión social.

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