Sufrimiento en paz

Durante una celebración de la Palabra en una capilla, escuché a una de las asistentes dar el testimonio que había perdonado de corazón a alguien que le había ocasionado mucho daño, pero que aún quedando todavía mucho dolor en su interior, este sufrimiento lo asumía en paz.

No niego la impresión que me causó escuchar esta manifestación de auténtico cristianismo, y de inmediato le manifesté a la persona que había dado este testimonio, que escribiría una vivencia sobre éste. Pensé en ese momento en el padre Ignacio Larrañaga quien, en “Del sufrimiento a la paz”, nos invita a “sufrir menosÖ porque en la medida que se secan las fuentes de sufrimiento, el corazón comienza a llenarse de gozo y libertad”.

Es una gracia que se recibe desde lo alto cuando alguien tiene la capacidad y entereza de llorar las penas que produce una traición o una ofensa recibida.

El que quiera aspirar a grandes cosas en el reino de los cielos debe evitar que su corazón se haga como de piedra, guardando resentimientos y exigiendo una compensación por el daño recibido.

A pesar de los desencantos, las injurias que recibimos, el cristiano debe sobreponerse a ellos y seguir adelante en su camino hacia la vida plena. San Agustín proporciona una receta muy apropiada para estas situaciones cuando señala que, “la paz es un bien tal, que no puede apetecerse otro mejor ni poseerse otro más provechoso”. Debemos saber y jamás olvidar, que la paz nadie puede proporcionárnosla, sino que debemos buscarla nosotros mismos.