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ORLANDO DICE

Acciones de policías

UNO: CON IMÁGENES DE POR MEDIO.- A los agentes debieran enterarlos de que en las calles hay cámaras o que los ciudadanos andan celular en ristre, de manera que ningún suceso se pasa por alto o se queda sin registrar. La información debiera dársela la institución o el director, sea de la Policía Nacional o de la Digesett. Así controlarían sus ímpetus asesinos y se evitarían dificultades que en algunos casos provocan su desgracia. A menos que esa sea la idea: que la población vea, ya no mano dura, sino criminal, imponiendo un orden que atemoriza. Ahora se nombra una comisión para investigar “el intercambio de disparos” en que perdió la vida el fugado de Nagua. Esa diligencia, no obstante, debieran ahorrársela, pues para qué o para quién. Las imágenes no mienten, y ya no solo valen más que mil palabras, sino un millón. Nadie tiene duda de que a Jorge Gabriel Báez Abreu se le aplicó la ley de fuga, aunque pueda alegarse que el procedimiento es universal y de que con esa muerte se quería enviar un mensaje: La fuga no solo está prohibida, sino que quien la intente o la logre pagará consecuencias. A veces en la Policía falta al protocolo, pero no en situaciones como la ocurrida en Villa González…

DOS: LA NOCTURNIDAD DEL PATRULLERO.- Esas mismas imágenes de cámaras o celulares registran las malas artes de los agentes policiales de parar conductores o vehículos en lugares oscuros, a pesar de las denuncias y las ocurrencias, incluso las advertencias de la institución o su director. ¿Cuál es el problema? La nocturnidad no es norma de autoridad, como sí circunstancia del maleante, que la tiene como cómplice apreciada. Uno piensa, y no por perversidad, que si se insiste en la modalidad, no es decisión de la patrulla, sino orden superior. Se supone que los especie de correcamino, sea hacia pueblos o aeropuertos, no solo están en las carreteras para impedir acciones desaprensivas, sino igual para dar confianza y garantizar un desplazamiento fluido y seguro. Sin embargo, ocurre lo contrario. Los incidentes se multiplican, y se multiplican por la maña de apostarse de manera disimulada, o a escondidas. La gente se la lleva al vuelo y nadie se detiene de golpe, sino que corre algunos metros buscando zonas de claridad. El retén se molesta, se siente burlado en su propósito y agrede a veces con excesiva violencia. El qué hacer no es tan difícil. Basta que el patrullero de día instruya a su homólogo de noche, y este aprenda a “picar” a la luz de la Luna, como él lo hace a la luz del Sol…

TRES: CELULARES APLAUDIENDO A OMEGA.- La libertad de Omega sirvió para muchas cosas, y todas malas. La Justicia supo que era Navidad, que el espectáculo lo reclamaba y debía permitir que su público lo aplaudiera en tarima. No de otro modo se explica que tuviera agenda llena y que en la última semana del año fuera el artista sensación. Esas carteleras fueron organizadas con anticipación y dando por seguro que volvería a las calles. Hubo advertencias, y tampoco deben sorprender, pues era necesario cubrir las apariencias.

Aunque la parte más significativa del show de temporada fue su despedida de la cárcel. Como sus compañeros del penitenciario vivaron su salida, pero sobre todo grabaron las incidencias del momento con celulares. Léase bien: celulares. A cada recluso aparato mejor, cuando se suponía que los móviles estaban prohibidos. Pues fíjese que no. Se denuncia el horror y las condiciones de esos recintos, sus carencias y duros castigos, pero se pierde de vista lo más grave. El privilegio de la comunicación. Los presos no están incomunicados, ni entre sí ni con el mundo exterior, aun cuando se descubre a cada rato bandas dirigidas desde adentro que se constituyen en azote afuera. La explicación de seguro no se hará esperar, aunque tal vez no se nombre comisión, y lo más probable que allanen celdas e incauten teléfonos…

CUATRO: UN ILÍCITO A LA VISTA DE TODOS.- Que nadie se haga el menso y pregunte cómo esos celulares entran a los penitenciarios, o cómo se activan, o por qué no se procede de manera drástica cuando se producen situaciones como asaltos o secuestros dirigidos desde adentro. Lo mismo que ocurre con el móvil robado.

No importan las muchas quejas, incluso muertes. Es un negocio ilícito que se lleva delante de los ojos de todo el mundo. Nadie pensará que es un derecho y que se le garantiza, o que basta con tener el aparato, y ya. En las películas esa posesión se paga, y nadie dudará que igual en la vida real, como si la naturaleza imitara al arte. Posiblemente se reaccione tontamente y se alegue lo difícil de controlar ese comercio.

Y podría hasta validarse. Sin embargo, conviene recordar que existen mecanismos que anulan la comunicación, que la bloquean, y si las llamadas no salen, ¿para qué tener teléfonos? Así no podrán tener contactos con familiares y amigos, pero tampoco servirse del medio para cometer crímenes. Y si es tan fácil, ¿por qué sigue siendo problema y no se corta por lo sano? Un malpensado diría que el negocio no es de presos, o únicamente con presos, y que los responsables del penal, cuando voltean la cara y se hacen los suecos, no lo hacen de gratis. Pero eso sería un malpensado, aunque de malpensados están llenas las cárceles…

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