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EL CORRER DE LOS DÍAS

Fábula de las angelicalidades

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Todos los ángeles, incluidos los de la Navidad, son incorpóreos, nacieron sin masa, y carecen, sin necesidad de ello, de las proteínas necesarias para que todo niño nazca con una inteligencia adulta. Como adultos sin compromisos infantiles, los ángeles son, en verdad, parte de la más esotérica de las creencias. Ni los angelitos crecen ni los adultos envejecen. Un ejemplo claro es el de los ángeles anunciadores ya adultos en el llamado Nuevo Testamento, y todavía lampiños burlándose de los siglos, bregando ahora con la confusión ajena al calendario de nombres sin pasado en la aplicación humana de nombres familiares donde no es lo mismo el nombre Ángel que Angelica. Los pequeños deslices gramaticales opacan la virtualidad.

Mahoma los adopto; aquí, en Santo Domingo, el arcángel San Rafael entrego juguetes y leche en los puestos de la Central Lechera, y los seguidores del protestantismo extremista, aunque son muchos los ángeles originarios que aparecen en el Pentateuco, los rechazaron en el caso de representaciones icónicas.

En estos días de exhibicionismo consumista, los serafines cercanos, llevados al plástico y las marcas de Taiwán, funcionando como centinelas del Nacimiento que significativamente se cubre con el árbol de navidad, poseen extraños bombillitos rutilantes y nombres aun no designados oficialmente mientras que otros son tomados en préstamo sin consulta. Funcionan con nominaciones de uso vulgar acaparadas por tradiciones afros, como acontece con el San Miguel barrial de la calle José Reyes, convertido desde la importación de esclavos en Belie Belc‡n lo mismo que acontece con la pléyade transformable de santos identificados con fuerzas espirituales personalizadas fermentando en la imaginación popular.

No sabemos si los seres alados pueden escuchar la música religiosa oculta en el plumaje de las aves que de paso, como los ánades y los gansos plateados del Norte donde transitan en bandadas poéticas bajo el nórdico frio de las metáforas de alto vuelo, mientras ignoramos si los autores de la temprana Edad Media, con excepción del griego Esculapio, poniendo en su mente pagana algunas memorias perdidas, también los inventaran siguiendo las leyendas contenidas en los llamados Evangelios Apócrifos, rechazados con todo y sus ángeles en el Concilio de Trento, cuando se produjo un exilio angelical.

(Según cualquier profesor de mediana trigonometría, parodiando palabras desangeladas, también pudo haber dicho que sin alas no hay paraíso.)

La incorporeidad es uno los privilegios angelicales, y su capacidad de aparecer como un síndrome de flotación repentino, los identifica, incluso venciendo el ventarrón que podría arrastrarles, y ello es también fama cantada en los himnos cristianos de todas las anuencias con una reventazón de voces y coros que aspiran a la proclamación de algún nuevo serafín todavía sin alas, o la de un santo imposible como Tomas Moro o Martin Lutero, “paganos de voz en cuello”, los que proyectando un canto propicio a seres intocados, y para suplir el Evangelio descriptor de ángeles, los imaginaron también en trovas bíblicas con letras de la Torá, y contradiciendo las imágenes de posterior porcelana Ming, iconos donde ángeles como Satán, el rebelde, adquiere su poder de manos del propio Jehová desafiándolo, tornándolo enemigo adicional, pero presencial en innumerables creencias no solo cristianas, sino en culturas con tendencias bajo estudio social. Época alquimista donde la ideología religiosa pasaba entre clepsidras milenarias y cansados tubos de ensayo con dosis de rumores matemáticos.

Por tanto el infierno amenazante palpita in situ no solo en latín, sino en cientos de idiomas en un territorio angélico invertido, donde la maldad es el primer valor, y muchas de las oraciones para rescatar el verdadero bien, resbalan de nube en nube frente a los “envíos “. completamente contrarios a los mandatos servidos en el Deuteronomio, código transparente de Yahveh que a la vez revela su personalidad.

Sabido es que la lista de pecados de las religiones resulta la orientadora de Luzbel, quien la usa como memorándum, personaje de origen angélico, el que todavía alado en los cromos, aporta lo suyo y condecorado por la escoba de bruja prestada, la utiliza tientas, cuando desconocedor de lo prohibitivo, (como contradictorio ángel del mal), genera los equívocos, ambrosia de cualquier religión que sin mirar sus adentros se proclama veedora , castigadora y ocultadora de sus propias fallas.

Una observación profunda de los diferentes pecados en cada creencia o religión es su mayor entretenimiento y debería ser reingreso temático para los nuevos teóricos del diablismo que nos asedia. Recordemos que Satán es un ángel degenerado por su traición cuyas alas no gozan del plumaje divino, es para muchos merecedor del fusilamiento moral sin haber sido desarmado en cuya voz ígnea flotante en la palabra ya tostada con la que brioso proclama: ¡Volveré! Racialmente rechazado por el imaginario de algunas religiones sufre aun ante la espada amenazante de su vencedor que en la cromática es blanco, mientras que sigue siendo negra la piel del vencido.

Vivimos en un mundo de influencia seráfica donde los ángeles vuelan en bandadas, mientras las huestes de la diablidad, también aladas, desvuelan a ras del sub- suelo.

Desde idóneos pulpitos, sin embargo, se anuncia repetidamente que lo más importante para el rechazo del diablismo es regenerar primero el corazón del hombre ya que la eternidad estará lejos mientras el humanismo no alcance las verdaderas dotes angélicas originales. Como en el poema de Juan de Dios Peza del payaso triste que busca otro igual para que lo haga reír y le recomiendan a un tal Garrick, muchos son los que desearían contestar ante la oferta: “Yo soy Garrick, cambiadme la receta”.

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