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Hasta luego, amigo Juan

Juan Hernández falleció el pasado martes, en la ciudad de Boston, y su muerte no sólo enluta a familiares y amigos, sino a una sociedad que valoró en su justa medida las condiciones excepcionales de este profesional capaz, servidor público ejemplar y ciudadano de bien.

Juan era contagiosamente alegre y sentía una pasión por la vida, que no pudieron doblegar los padecimientos que soportó luego de que una sorpresiva y agresiva enfermedad afectara su corazón, en pleno esplendor de su exitosa y fecunda existencia.

Economista y especialista tributario, como servidor público le correspondió la tarea de iniciar el proceso de transformación de aquella anquilosada e inefi ciente Rentas Internas, para convertirla en la actual Dirección General de Impuestos Internos, una institución moderna, efi ciente y un referente regional en materia tributaria.

Honesto a carta cabal, se sacrifi có económicamente cuando en el año de 1996 asumió esa tarea, pues ya era un exitoso consultor privado que asesoraba a algunas de las principales empresas del país en materia tributaria. Pero su sentido de responsabilidad y compromiso con los mejores intereses de la República Dominicana se encontraban muy por encima de cualquier interés personal o afán de lucro… Para Juan el servicio público resultaba un deber.

Recaudar nunca es tarea grata, y cobrar a morosos y evasores suele traer consigo más de una mala voluntad.

Pero Juan tenía una humildad, una amabilidad y un don de gente, que le permitía enfrentar a los defraudadores del fi sco y cobrarles --literalmente--- con una sonrisa.

Le conocí cuando retornó a su actividad privada al concluir la primera gestión en la DGII, en el cuatrienio de Leonel Fernández. Con Daniel Toribio compartía una ofi cina, que se encontraba en el edifi cio donde a su vez se alojaban las empresas de producción y comercialización de los programas de televisión de mi padre… Recién me integraba al equipo de Comunicaciones y Eventos y a los programas Hoy Mismo, Hola Matinal y el Poder de la Tarde. De mi padre heredé su amistad. A pesar de las diferencias de edad, Juan me permitió abrevar en su sabiduría y experiencia y conocer parte de su vasto anecdotario, además de disfrutar de su buen humor y energías positivas.

Cuando retornó a la DGII en el año 2004 dejé de verlo con la frecuencia que hubiera deseado. Pero donde le encontraba le profesaba el mismo afecto y admiración. Luego enfermó repentinamente y debió trasladarse a los Estados Unidos, en procura de recuperar su salud. Por lo compleja y delicada de su situación era inviable y hasta imprudente visitarle, por lo que sólo nos quedó la vía de los amigos comunes para conocer de su evolución.

Enfrentó con valentía sus padecimientos y se sometió a procesos médicos riesgosos y dolorosos. Pero su actitud positiva y su amor por la vida le permitieron superarlos, convirtiéndose en ejemplo para muchos que se encontraban en situaciones parecidas, a quienes con algún nivel de asiduidad, Juan les ofrecía charlas motivacionales.

Superado el trance regresó a su ofi cina en la DGII, con la misma sonrisa y buen ánimo que siempre le caracterizaron, pero aún más alegre y agradecido de la vida, por la nueva oportunidad que le estaba brindando.

Los últimos años tuve el privilegio de participar junto a Juan en el Consejo de Directores del Banco de Reservas, y tanto la institución como quienes compartíamos responsabilidades con él, nos nutrimos de sus precisos y enriquecedores aportes.

Luego de que mi padre fuera diagnosticado de cáncer a fi nales del año pasado, Juan estuvo a nuestro lado brindándonos soporte y acompañándonos con sus orientaciones y consejos a partir de las experiencias adquiridas en las batallas que libró por su salud.

A inicios de año, Juan tuvo una pequeña recaída que superó satisfactoriamente.

Y a sus amigos nos sorprendió conocer que unos días antes de su deceso se había trasladado a los Estados Unidos, en estado delicado.

Hace poco más de un mes nos encontramos en un restaurante de la ciudad. El local estaba muy lleno y se difi cultaba trasladarnos para saludarnos con el abrazo de rigor.

Sólo atinamos a saludarnos en la distancia… De haber sabido que esa sería la última vez que le vería hubiera atravesado cualquier obstáculo para darle un fuerte y sentido abrazo.

Hasta luego querido amigo... Descansa en paz.

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