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DAR EL EJEMPLO

Es momento de un abrazo solidario

Cuando en un país tranquilo, acostumbrado a vivir sin sobresaltos más allá de situaciones consideradas comunes en cualquier parte del mundo, ocurren tragedias como la que sacudió hace poco al capitalino sector Villas Agrícolas, no hay forma de evitar sentirse profundamente consternado.

La muerte de un ser amado siempre será un trago amargo, difícil de digerir. Y si se produce en circunstancias trágicas, duele mucho más todavía. Más de una decena de niños quedaron huérfanos; esposos y esposas sin compañía. Cabezas de familias que aquella mañana infausta salieron de sus hogares para nunca más volver. ¿Cómo explicarles a esos niños que papi y mami ya no volverán? ¿De qué sirve ahora buscar culpables o mantenerse a la defensiva, si un dolor enorme desgarra el alma no solo de muchas familias, sino de todo un pueblo que vivió con estupor una experiencia terrible?

Para quienes creemos que Dios es bálsamo sanador en tiempos de turbulencia, pedimos al Altísimo que se apiade de estas familias que ahora lloran desconsolados a hombres y mujeres de trabajo, que con su esfuerzo cotidiano aportaron su granito de arena al desarrollo nacional.

Las imágenes de gente devorada por las llamas, ahogada por humo mezclado con gas, permanecen aún vivas en cada uno de quienes dimos seguimiento a esta desventura que experimentaron cientos de empleados en Polyplas. Dentro de pocos días, esas familias vestidas de luto tendrán que vivir otro zarpazo a su ya destrozado corazón, porque no tendrán el valor suficiente para poner la cena navideña en sus mesas, siendo plenamente conscientes de que habrá espacios vacíos que nadie podrá ocupar jamás. Más allá de cualquier opinión especulativa, es imposible imaginar siquiera el infierno que vivieron esas personas en sus últimos momentos.

Su voz de auxilio no surtió el efecto que esperaban, porque inevitablemente murieron tal vez luchando hasta el final por salvarse y salvar a sus compañeros. Hoy, República Dominicana llora a sus muertos, a ciudadanos de bien, a esos que como tantos se levantan con la firme convicción de que solo el trabajo fecundo, tesonero e incansable es capaz de alcanzar las metas propuestas en pro del bienestar familiar y de nuestra nación. Claro que no. No hay palabras que sirvan de consuelo para estos momentos, y no es esta la intención del presente escrito, porque sé muy bien que serviría de poco. Pero sí pretendo motivar la solidaridad que exige la realidad que les toca vivir a estas familias, sin perder de vista lo impredecible que sigue siendo el futuro de cada ser humano sobre la faz de la tierra. Que Dios bendiga a esas familias devastadas y proteja hoy, mañana y siempre al pueblo dominicano.

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