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¡Preparó el guion con delectación de artista!

A veces reflexiono sobre la posibilidad de que algunos familiares de las víctimas de Abbes y de la dictadura en sentido general, en el fondo no quieren ni desean verse con los asesinos de sus parientes, por ello se manifiestan concluyentes, los espanta la posibilidad de que el fantasma de Abbes reaparezca, como si el miedo que Trujillo inficionó en el cuerpo social y sicológico de la comunidad dominicana, todavía estuviese gravitando sobre sus conciencias. Niegan toda duda, formalizan la certidumbre, aceptan la ficción novelesca del presidente Balaguer como palabra sagrada, necesitan un “final feliz” que lo releve de los roles indagatorios. Mi querida amiga, la Dra. Carmen Imbert Brugal, ha puesto el dedo en la llaga, con su artículo de ayer en el periódico “Hoy”, cuando se pregunta, si acaso la gente en este país tiene una idea de lo que significa Abbes, del caudal homicida que tiene en su haber. La inquietud es legítima. Los escarceos de su búsqueda, han levantado una polvareda en la sociedad, pero pocos profundizan en la memoria histórica, no aprovechan el momento para fortalecer la conciencia nacional anti trujillista, hoy cuestionada por descendencias activas y beligerantes con sumatorias electorales. Cuando uno piensa para en que, Fernando Sánchez, Tuntín, brazo derecho de Ramfis Trujillo, involucrado en crímenes espantosos, regresó al país, instaló negocios públicos y se emborrachaba todas las noches en un establecimiento de la 27 de Febrero, ya desaparecido, “La Esquina de Tejas”, profiriendo maldiciones contra los héroes del 30 de mayo y los mártires del 14 de junio, sin que nadie, absolutamente nadie, le ajustara cuentas, ante la negación de justicia imperante, entonces no debe sorprendernos, la prisa en cerrar el caso de Abbes en Haití. Otro ejemplo fue el de Luis José León Estévez, prófugo de la justicia, verdugo de héroes, quien regresó y hasta fue honrado en la Academia Militar Batalla de las Carreras. Atenazado por los duendes se pegó un tiro, se hizo justicia a sí mismo.

Johnny Abbes no dejó un cabo suelto antes de desaparecer de la escena pública en Haití. Si le damos sentido a cada uno de sus pasos, nos percatamos de inmediato, que en este caso, nada ocurrió al azar. Es un asesino frío pero no suicida. No fue a Haití por casualidad en 1965. Escogió o lo enviaron a hacer un trabajo de seguridad en el preciso momento en que la administración del presidente norteamericano, Lyndon B. Johnson, ordenó el desembarco de 42 mil marines para impedir supuestamente que República Dominicana se convirtiera en otra Cuba. En el momento en que se materializa esa injusta intervención, Abbes reaparece en escena pública. Abbes no pudo llegar a Haití de paseo ni a buscar oportunidades, pero todavía peor, no pudo entrar a Puerto Príncipe sin la mediación de la administración norteamericana. Si Santo Domingo estaba al punto de convertirse en otra Cuba, los intereses norteamericanos peligraban por igual en toda la isla desde el punto de vista estratégico de isla compartida.

El dictador FranÁois Duvalier, confrontó problemas con la administración del presidente Kennedy en 1963, hasta el grado de que Kennedy había autorizado apoyo logístico y económico a exilados haitianos para posibilitar su derrocamiento, incluso usando el territorio dominicano inconsultamente para esa tarea, lo cual ha quedado evidenciado posteriormente en testimonios del presidente Juan Bosch y en el material desclasificado del Departamento de Estado. Pero el magnicidio de Kennedy el 22 de noviembre de 1963, cambió significativamente la política exterior de Estados Unidos. Johnson, representante de los intereses petroleros texanos, la industria de la guerra y el ala conservadora opuesta a Kennedy, varió la política exterior estadounidense, incrementó la guerra de Viet Nam y condenó a muerte el programa de la “Alianza para el Progreso” que Kennedy propuso para contrarrestar a la revolución cubana. Johnson restableció la colaboración a Duvalier, cesando para siempre el apoyo soterrado a los antiduvalieristas que Kennedy había impulsado en acciones coordinadas con la CIA. Kennedy había propuesto como contrapartida la revolución pacífica, un programa avanzado de reforma agraria y servicios sociales en libertad. Aunque Johnson pertenecía al Partido Demócrata, en la lucha por la nominación presidencial fue derrotado por Kennedy, pero Kennedy se vio en la necesidad de escoger a Johnson como vicepresidente en la boleta de las reñidas elecciones de 1960, para unificar al Partido Demócrata, o sea, que llevó como Vice a un personaje opuesto a sus ideas liberales, un peligro potencial. Para Kennedy, el experimento dominicano de 1963, representaba la otra cara de la moneda en la lucha entre democracia y comunismo. Sólo así puede entenderse el no reconocimiento al Triunvirato, las reiteradas declaraciones de Dean Rusk, canciller norteamericano, reiterando su condena al Triunvirato y propugnando por el restablecimiento de la constitucionalidad defenestrada por el Golpe. Johnny Abbes, entró por su casa en Haití con el consentimiento de la CIA. Duvalier ya había logrado compactar su dominación, restablecer sus óptimas relaciones con Estados Unidos, y no podía negarse a un pedimento de asesoría de Abbes, que sólo tiene sentido por la necesidad de reforzar la seguridad en el Caribe. Aquello que Juan Bosch llamó “Frontera Imperial”. Abbes se hizo visible en las calles y bares de Puerto Príncipe. Muchos dominicanos lo vieron y conversaron con él. Pero esa visibilidad fue de apenas un mes y medio. En el año y seis meses que duró su permanencia, solamente hizo lo posible por exhibirse en los últimos 45 días. ¿Por qué? Porque preparaba su desaparición. Le tocaba a él, desaparecerse a sí mismo como había desaparecido a cientos de dominicanos. Para garantizarse un retiro honorable, se acogió al programa de cambio de identidad de la CIA. Relataremos minuciosamente cómo se cumplió el guion hasta hoy, que un “cisne negro” amenaza con derrumbar el mito, la fábula perversa de su “muerte”.

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