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EL DEDO EN EL GATILLO

Heberto Padilla

El encuentro sucedió en 1992 y se lo debo a Plinio Chahín. Días atrás, mi amigo me había comentado de su amistad con Heberto Padilla, quien acostumbraba a visitar Santo Domingo por su similitud con Cuba durante sus cortas vacaciones.

Pensé que cruza un paso a desnivel a través del tiempo. Y aquella referencia la asumí como una simple cita historiográfica para mi colección de peculiaridades dominicanas.

La sorpresa ocurrió una noche frente al mar Caribe, en el restaurant Portolatino. Me froté los ojos al no poder creer en la aparición. Plinio llegó acompañado de mi compatriota. Mi asombro fue visto por Padilla como un acto de ingenuidad. No obstante, conversamos un buen rato de su vida y poesía.

Yo sabía muy poco de él entonces. Y mucho menos sabía él de mí. En mi caso personal, era un desconocido, gracias a la mala fama sembrada contra mí por un poderoso sector de la intelectualidad cubana. El propio Padilla le comentó Plinio poco después: ¿Y quién es Luis Beiro?

Mi poesía todavía era insignificante. Así todo, tuve el coraje de entregarle mi primer poemario En las líneas del triunfo, que supongo él debió de haber arrojado a cesto de basura.

Literatura aparte, pude narrarle un episodio que él desconocía, relacionado con la que fue su esposa por muchos años, la poeta cubana Belkis Cuza Malé.

Alguien no vinculado a la creación literaria fue a visitar a Nicolás Guillén en su despacho de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. El visitante expresó su preocupación porque la compañera sentimental de Padilla estaba empleada en la Unión de Escritores y Artistas como redactora del periódico “La Gaceta de Cuba”. La reacción de Guillén no se hizo esperar. Le dijo al visitante que Belkis permanecería laborando en el organismo cultural que él presidía hasta que ella misma lo estimara conveniente. No valieron presiones, ni informaciones secretas. Y Guillén cumplió estrictamente su palabra.

El también me hizo una confesión personal. Yo la conocía de antemano. Pero lo dejé hablar para que sintiera que me había sorprendido:

-Nicolás siempre me respetó como poeta –me dijo Padilla-. Cuando el “famoso” juicio en mi contra, él no se presentó aludiendo una enfermedad que nunca tuvo. Esa fue su excusa. Y mandó a José Antonio Portuondo a que lo representara.

No volví a ver nunca más a Heberto Padilla. Años después conocí de su muerte y algunos amigos me han puesto al tanto de ciertos episodios de su vida cubana. De todas esas historias, la que más me llamó la atención fue su amistad con Ernesto Che Guevara.

Padilla era uno de los intelectuales invitados a las famosas tertulias del Banco Nacional de Cuba durante la gestión del “Guerrillero Heróico”. Sus puntos de vista coincidían y eran defendidos con vehemencia. Padilla y Guevara respetaban el papel del intelectual en una sociedad en cambio. Incluso, el poema que le valió el destierro, “En tiempos difíciles”, fue leído y aplaudido por primera vez en aquellos encuentros nocturnos.

Padilla fue protegido por el Che hasta donde este pudo. Siempre lo consideró un gran poeta y un amigo con el cual se podía debatir. Tenía un invaluable sentido del humor.

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