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FIGURAS DE ESTE MUNDO

La escena de Belé

“Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:6-7).

En estas pocas líneas, el Evangelio de Lucas relata el Nacimiento de Jesús. José y María se trasladaron de Nazaret a Belén -donde nació David, el rey del que ambos eran descendientes-, por decreto del emperador Augusto, para inscribirse en las listas oficiales del censo general del Imperio romano. En la ciudad, María se puso de parto; buscaron con premura dónde alojarse, pero no hallaron lugar en el mesón. La situación de urgencia obligó a la parturienta a acomodarse en un refugio circunstancial, tal vez una cueva, que el narrador sagrado no especifica. No obstante, se refiere en términos claros a un pesebre, donde la madre acuesta al Niño recién nacido, por lo que se deduce que se trataba de un establo. Esta escena de candor, más pura que la nieve, anunciaba el acontecimiento más trascendente de la historia. En el silencio y oscuridad de la noche, la tensa expectación fue interrumpida, tal vez, por las contracciones de María y, a seguidas, el primer lloro de su primogénito. En aquel instante, en Belén, había nacido el Salvador, Cristo el Señor. Vino en respuesta a la necesidad mundial de un redentor y Señor que pudiera limpiar el corazón y librar de condenación, por los pecados, al género humano. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. (Romanos 8:1).

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