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¡La novela de Balaguer y Johnny Abbes!

El doctor Juan Isidro Jimenes Grullón, politólogo y ensayista crítico de nuestra historia, nos advertía a finales de los años 60 y durante toda la década de los años 70 del siglo pasado, de la necesidad de imprimirle al estudio de esta disciplina, el carácter científico de las investigaciones y la orientación social de las contradicciones, que generaron los cambios y saltos epocales desde la Independencia de 1844 hasta nuestros días. Nos puntualizaba sobre el tipo de “historia familiar” escrita para solventar la proceridad de algunos caudillos y figuras del pasado histórico en la tribu secular de los apellidos sonoros, de la misma manera indicaba los peligros de lo que él llamaba la “historia novelada” de la cual hubo y hay conspicuos representantes en las estanterías de nuestras rancias bibliotecas. Tal fue su denodada lucha por el debate y la urgencia de rehacer la discusión documental y testimonial, que libró verdaderas hazañas teóricas en sus clases de historia en la Universidad, como en sus fundamentados trabajos publicados en la prensa y en sus obras cumbres. Fue uno de los principales exponentes de la llamada “historiografía científica” que corrigió inexactitudes y valoraciones impropias del oficio de historiador, que había sido degradado por la dictadura, con excepciones memorables como la de Américo Lugo.

Hay que estar alerta ante lo que David S. Landes, de la Universidad de Harvard, llama “historia optativa”, la historia como podría, debería y tendría que haber sido. Uno de sus vicios es darle formalidad racional y puntual a los eventos, impidiendo conocer las fisuras y las hendiduras de que adolecen algunas narraciones cuando las sometemos a la lupa exhaustiva del científico. Le huyen por igual a lo aleatorio, al azar como categoría histórica, porque debilita la búsqueda de la certidumbre, esa tendencia a clausurar y dar por terminada toda duda, toda búsqueda incisiva del hecho analizado. El mejor ejemplo de esa historia optativa, es el Informe de la llamada “Comisión Warren” que investigó y concluyó su indagatoria sobre el asesinato del presidente John Kennedy el 22 de noviembre de 1963, y en un borroso cierre, determinó que Lee Harvey Oswald mató a Kennedy y no hubo ninguna otra persona ni intereses involucrados. Con los años el “Informe Warren”, es una caricatura de investigación, pero “definitiva” para las autoridades gubernamentales. El 1∞ de abril de 1984, el doctor Joaquín Balaguer, publicó su novela “Los Carpinteros”, una interesante estampa de las luchas y desgracias de nuestras luchas intestinas en la segunda mitad del siglo 19. La aparición de esta obra tenía un detalle relevante, era la información categórica del autor sobre la “muerte” de Johnny Abbes, 17 años después de su desaparición en Haití. Lo dicho por el autor es parte de la novela como segmento narrativo, incrustado en uno de los capítulos dedicado al crimen político. En la narración lineal de su novela, el autor inserta una información que salta los ciclos históricos. El título de ese capítulo es “El Borgia Negro 1888”, hablando de Ulises Heureaux, quien sería “El Borgia Negro”, e incluso aludiendo a Pedro Santana y sus crímenes irredimibles, el autor da un salto de “garrocha” narrativo y coloca su versión de la muerte de Abbes. No hay evidentemente continuidad discursiva ni temporal pero el novelista tiene licencia para burlar el tiempo tubular. La versión del doctor Balaguer no es un documento adjunto, como en principio pensamos, sino un retazo narrativo de la novela. La presenta como parte constitutiva de la misma. Tal cual lo recibió de García Mendieta lo incorpora como ficción. Al escribirlo como novela y no como historia formal, el autor libera el texto de cuestionamientos y verificaciones, blinda el dato homicida ante cualquier indagatoria o negación tanto legal como histórica. Carece de legitimidad documental para fines de investigación. No tiene fuente ni remitente creíble. Balaguer no repite esa versión en sus memorias, y la deja incólume como fábula novelesca.

Desde la atalaya histórica, no desde la novela de Balaguer, el relato es inconsistente, lleno de imprecisiones. Abbes no buscó refugio en Haití tras la caída de la tiranía, visitó a Haití en 1965 con el consentimiento de la CIA, cuando los marines norteamericanos invadieron nuestra Patria, para asesorar a Duvalier bajo un contrato de casi dos años de servicio “excelente”. La idea de que lo mataron el 30 de mayo de 1967, para coincidir con la muerte de Trujillo, carece de inventiva, es burdo, Abbes fue visto los días 2 y 3 de junio de 1967 por varios testigos. El diálogo sostenido por Abbes con su “ejecutor” es digno de un filme de Hollywood, el verdugo recordándole a Abbes que así como él mataba a los dominicanos, así lo matarían a él. La información de que los periódicos de Puerto Príncipe reseñaron al otro día el accidente en que había muerto Abbes es absolutamente falsa. No hubo publicación de ese tipo, y es la prensa norteamericana, un mes después, la que habla de que había desaparecido, según el entonces Embajador dominicano en Haití en informe a la Cancillería. Duvalier públicamente dice no saber su paradero. La supuesta participación de Abbes en el complot de Dominique es una falsía. Ese complot fue descubierto el 16 de junio de 1967 cuando empezaron las primeras detenciones. Abbes estaba lejos de Haití en esos momentos.

El dato de que los agentes del SIM que acompañaban a Abbes en Haití fueron muertos, no es cierta. Todos vivieron y murieron en Estados Unidos y en nuestro país. Uno de ellos, quien estuvo con Johnny en Haití hasta su desaparición, Ciriaco de la Rosa, se integró subrepticiamente al PRD en Boston en los años 90. No se puede tomar un relato novelesco de valor literario, como fuente histórica absoluta para confirmar un dudoso hecho histórico.

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