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EN LA RUTA

¿Hasta cuándo?

Independientemente a que hoy está llamado un paro de transporte por parte de una alegada “Coordinadora Nacional por la rebaja de los combustibles y por los derechos del pueblo”, ayer, el principal sindicato de guaguas y carros públicos (Fenatrano), entendió conveniente hacer un paro sorpresa el que, y como siempre pasa, trastornó la movilidad de miles de pasajeros. En una vagabundería (otra más) denominada dizque “de calentamiento” los choferes pararon sus unidades por cuatro horas en varios sectores del Gran Santo Domingo, creando el caos y haciendo que las personas llegaran tarde a sus destinos y que otras tuvieran que afectar sus presupuestos abordando taxis o teniendo que pagar el doble a los motoconchos.

Lamentablemente lo acontecido es una reiteración de la debilidad histórica que ha tenido el Estado que no ha sabido proveer al pueblo de un sistema de transporte eficiente a punto tal que lo que debería ser un servicio estratégico y protegido, nunca ha dejado de ser la herramienta ideal para que muchos vivos se lucren tanto económica, como políticamente. Y lo peor del caso es la desfachatez y desvergüenza de algunos de estos mercaderes, que justifican sus huelgas bajo el alegato reivindicativo de una población a la que afectan con sus acciones. Habría que preguntarles, si más allá de sus asuntos inherentes, ¿quién le ha dado el permiso de representación en el rosario de temas nacionales que, reales o falsos, reclaman de forma impropia?

La complejidad de nuestro transporte, tanto el de pasajeros como el de carga, radica en el desorden y el descontrol de la permisividad que se le ha dado a ciertas gentes, cuyo principal mérito y éxtasis, ha sido el de poner manos arriba y pantalones abajo a los diferentes gobiernos que de blanditos, no han sabido contrarrestar firme y adecuadamente. De ahí la importancia de seguir creando soluciones tales como las líneas del metro y el teleférico, pero más que todo, instaurar un verdadero y eficaz servicio de transporte terrestre donde ningún sindicato tenga el monopolio de los vehículos y que las reglas las ponga el Estado. Solo que para todo esto se necesita hacer conciencia de que el problema no se resuelve con sonrisas ni poses, sino con voluntad política, o sea, hacer lo justo en el momento adecuado porque la población no puede seguir así.

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