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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Gregorio X, (1271 – 1276) y la Iglesia de su tiempo

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Recordemos que el cónclave en el cual Teobaldo Visconti, fue elegido como papa Gregorio X, había durado, ¡casi tres años! Los cardenales no se ponían de acuerdo por dos motivos. Primero, tenían diversas posturas ante la nueva amenaza en el sur de Italia: Carlos Conde de Anjou, ahora rey de Sicilia durante los años (1266 - 1285). Se habían librado de la ‘Guatemala’ de los alemanes Hohenstaufen, para caer en la ‘Guatepeor’ de los Anjou franceses. Segundo, las viejas rivalidades de las familias italianas decididas, cual políticos del patio caribeño, a “sacrificarse” y sentarse en la silla de alfileres de Pedro.

Una comisión de seis cardenales electores se atrevió a elegir a un cardenal, ¡que ni estaba en el cónclave! A nuestro papa Francisco, lo fueron a buscar al fin del mundo argentino, el Cardenal Visconti andaba en Palestina, en una cruzada junto al rey Eduardo I de Inglaterra.

Antes de cumplir treinta y seis, Viconti participó en la preparación del Primer Concilio de Lyon. En París conoció a Tomás de Aquino y a Buenaventura. Se codeaba con la nobleza francesa e inglesa. Prometió nunca olvidar a Jerusalén y luchar por liberar Tierra Santa. Ya desde el 1272, convocó un concilio ecuménico con tres propósitos: lanzar una nueva cruzada, buscar la unidad con los griegos, cuya ruptura databa del 1054 y reformar al clero. Estando todavía en Palestina, Gregorio X trataba con el Emperador bizantino, Miguel VIII Paleólogo. Ni Carlos de Anjou de Nápoles, ni los franceses, incluidos sus cardenales de la Curia, querían un acercamiento con Constantinopla, pues ambicionaban algunos de sus dominios en las costas del Mediterráneo oriental. Pero Gregorio X mandó sus emisarios a Constantinopla y al regreso, invitó al propio Emperador Miguel VIII a enviar delegados al que sería el décimo cuarto concilio ecuménico, a celebrarse en Lyon, Francia. Antes del concilio, el Emperador Miguel VIII y varias figuras principales de la Iglesia ortodoxa aceptaron la convicción occidental de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo y la primacía del Romano Pontífice. La unión fue ratificada durante el concilio. Los planes de Gregorio X lucían alentadores: los reyes de Inglaterra, Francia, Aragón y Sicilia prometían participar en la próxima cruzada. El Emperador bizantino aseguraba su participación con tal que les cortaran las alas a Carlos de Anjou y aliados respecto de sus ambiciones bizantinas.

El Concilio aprobó la famosa constitución Ubi Periculum (16 de julio, 1274) para impedir las extendidas vacantes del papado. Diez días después de la muerte del papa, los cardenales debían reunirse para elegir sucesor. Sesionarían en un lugar cerrado bajo llave (cum clave), sin contacto con el exterior. Su alimento sería recortado gradualmente para animarlos a elegir sin tardar. El concilio exhortó: a que no se dejaran las sedes episcopales vacantes por tanto tiempo; que nadie asumiera varios cargos simultáneamente, práctica común para captar más fondos. Se establecieron normas para regular a los regulares que andaban de su cuenta. Estas normas no se aplicaron ni a los franciscanos, ni a los dominicos, entonces dos verdadera antorchas de la Iglesia. Gregorio X falleció el 10 de enero de 1276 sin poder aplicar el Concilio. Le sucedió Inocencio V (21 de enero al 22 de junio de 1276), el primer papa dominico, un sabio y un santo, pero débil en política. Carlos de Anjou vejó al Emperador, al lograr que el Papa conminara al Emperador bizantino a jurar junto a su clero lo acordado por el II Concilio de Lyon, respecto del Espíritu Santo y la primacía papal, antes de seguir conversando.

Su sucesor, Adriano V duró solo 38 días, y suspendió, en mala hora, lo acordado tan sabiamente por Gregorio X respecto de la elección papal. Los líos estaban a la vuelta de la esquina.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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