Santo Domingo 25°C/26°C scattered clouds

Suscribete

MIRANDO POR EL RETROVISOR

“Todos somos justicia”

Al final, el juez siempre será el malo de la película por una sencilla razón: Tiene la responsabilidad de ponerle punto final a episodios que se generan en una larga cadena de responsabilidades.

Ese eslabón de la cadena judicial termina siendo el foco hacia donde todos apuntan, especialmente cuando se trata de sucesos que “empoderan” a la sociedad con un “todos somos” y generan una inusitada atención mediática que también se convierte en un elemento de presión.

Se repite y se repite, con escenarios diferentes pero recurrentes, y al final queda el sabor amargo de la propia sentencia de la sociedad: En el país tenemos una justicia podrida en la que no se puede creer y que solo se aplica a los de abajo.

Y aunque el juez reciba la peor parte de la sentencia social por lo que expuse al principio, la cruda realidad es que todos seguiremos perdiendo mientras persistan debilidades que requieren ser atacadas sin dilaciones y con una firmeza ciclópea.

Ni siquiera me refiero al caso que durante meses acaparó la atención de la sociedad a la espera de un desenlace ejemplar. Hay miles como ese que han corrido la misma suerte, pero han quedado en el círculo exclusivo de las familias que deben vivir por siempre con esa frustración, sin ninguna solidaridad colectiva, porque no alcanzaron la dimensión que los expusiera al escrutinio de la sociedad.

Y la responsabilidad es compartida porque comienza desde el hogar con lo que se ha convertido ya en una verdad de perogrullo: La falta de educación en valores y principios.

Cuántas familias evitarían, con una correcta educación a sus hijos, ventilar sus anhelos, frustraciones y desesperanzas en largos procesos judiciales a la par de las argucias y habilidades de abogados que amparados en subterfugios y chicanas jurídicas prologan innecesariamente el dolor por la ausencia del ser querido y la necesidad de exponer una realidad que se torna dantesca, ahora incluso en tiempo real.

Y la responsabilidad por igual de un ministerio público que en la mayoría de los casos presenta una acusación débil, de la que prácticamente se ríen avezados abogados -conscientes de que ya no impera la íntima convicción del juez sino el imperio de las pruebas- en la medida que aniquilan los argumentos de una fiscalía que luego ofrece “la apelación” como premio de consolación, en un vano intento por evadir la rabia social que también le salpica.

A raíz de la indignación social que causó el caso Emely Peguero, LISTÍN DIARIO recordó todos los pormenores de la idéntica reacción que provocó hace nueve años el asesinato de la joven Lohara Tavárez, en San Francisco de Macorís.

Al igual que ahora se planteó la necesidad de someter a una profunda revisión los llamados códigos napoleónicos asumidos por el país durante la ocupación haitiana que se extendió desde 1822 hasta la proclamación de nuestra independencia en 1844.

Luego de las elecciones presidenciales de Brasil leí un análisis periodístico en el que se plantea que el principal reto de esa nación sudamericana es enfrentar la profunda división que dejó en la sociedad el largo y violento proceso electoral que culminó con el triunfo del ultraderechista Jair Bolsonario.

Igual que Brasil, tenemos ese gran reto en el ámbito judicial. En el país olvidamos con facilidad porque “un caso mata a otro”. La esperanza es que no volvamos a vivir un caso similar para entender que el sistema judicial dominicano amerita una urgente revisión para adaptarlo al mundo de hoy, dejando de lado la profunda división que nos impide acometer una tarea inaplazable.

Hace nueve años el grito fue “Todos somos Lohara” y ahora “Todos somos Emely”. Ojalá que la consigna sea en lo adelante “Todos somos justicia”, en solidaridad con casos idénticos que quedan en el anonimato por la falta de presión social y mediática.

Tags relacionados