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Hoy también festejo

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Ruddy L. GonzálezSanto Domingo

No pude elegir a mis padres ni a mis hermanos, pero si elegí a mis amigos

El periodismo es una profesión apasionante, su ejercicio es adictivo, sus resultados satisfactorios a plenitud.

Cuando hace 50 años andábamos con afro, bigote y patillas, con una pesada grabadora o una cámara fotográfica al hombro iniciábamos el camino de una fructífera profesión que nos llevó a los más altos peldaños de la difícil carrera del ejercicio periodístico de verdad. Nos antecedía una camada altamente calificada.

Miguel llegó de Baní con menos de 20 años de edad, yo le llevaba uno, e hicimos empatía desde que nos estrechamos las manos. Corrían los difíciles tiempos de la post guerra de 1965 y la zona colonial era centro del más amplio laborantismo político. El Caribe, en El Conde, y el Listín, en la 19 de marzo, tenían como punto equidistante la Cafetera de Franco, punto obligado de encuentros matutinos de periodistas de ambos diarios. Allí nos veíamos a diario antes de salir a las asignaciones y recorrer las ‘fuentes’ de noticias.

Crecimos de la mano en las coberturas más difíciles, pero apasionantes de la época. Nos unieron muchas coyunturas: fuimos corresponsales extranjeros -Miguel en Reuter y yo en la AP-, hicimos cofradía con otros tres grandes periodistas: Miguel Guerrero, Francisco Comarazamy y Manuel Quiroz, creando una relación de muchos años, que nos unía cada semana en casas distintas a contarnos triunfos y fracasos, a darnos una palmada de apoyo, a trazarnos metas de ese futuro que teníamos muy bien definido y que fuimos logrando, de la mano uno del otro.

Acucioso, profundo, investigador, inquisidor. Se peleó con los grandes -Bosch, Peña, Balaguer-, pero siempre lo respetaron, porque en sus críticas nunca se fueron a lo personal, sino a lo profesional, a lo ético. No se aferró nunca el puesto a cambio de torcer sus convicciones. Llama al pan, pan y al vino, vino. Su columna dominical, ‘Reflexiones del Director’, van dirigidas a enseñar lo aprendido del buen periodismo, a defender la libertad de prensa, la libertad de opinión, la libertad de expresión. Sus editoriales tienen un sentido de nación, de llamada de atención a la solución de los problemas más serios de la sociedad.

Miguel y yo fuimos cómplices de nuestros triunfos, como cuando él dirigía La Información, de Santiago, o cuando yo hacía maletas para dejar Ultima Hora en 1992 e iniciar un trayecto profesionalmente incierto. No fuimos competencia cuando yo dirigía Ultima Hora y él La Nación, dos vespertinos, sino que nos apoyamos y fuimos el ‘dolor de cabeza’, profesionalmente, de El Nacional, que dirigía el veterano Radhamés Gómez Pepín.

Salimos juntos, con la frente en alto y el cuadro de Don Rafael Herrera en las manos -Osvaldo Santana nos acompañaba-, cuando la odiosa intervención de los medios del Grupo Listín en el 2003, contra cuya grosería del gobierno de Hipólito Mejía subimos las escalinatas del Capitolio en Washington y nos abrieron las puertas en los más influyentes medios, como The Washington Post.

Hicimos televisión y radio juntos, en compañía altamente profesional de Fabio Cabral y Josefina Navarro. Editamos nuestro periódico, Diario@Diario, junto a Lito Santana, Ramón Jerez, Ingrid Quezada, Josefina, Fabio y Pedro Vargas.

Hoy Miguel dirige el Listín, su casa de siempre. Yo soy consultor privado en asuntos de comunicación y escribo esta columna en Listín. Ambos hacemos televisión por separado pero no hay semana que no crucemos comunicación de amigos, de la buena, de la que no busca ventajas si no servir.

Y es que son ¡50 años! trillando juntos estos caminos de buen periodismo, pero sobre todo, de una gran amistad y que hoy tengo la dicha de festejar juntos.

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