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Gabriel García Márquez, Cien años de soledad: foto universal de lo que somos los latinoamericanos

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Néstor MedranoEspecial para Listín Diario

Con Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura 1982, la Literatura hispanoamericana definió un camino hacia el reconocimiento internacional, marcado por la génesis de un soplo vital que rompió fronteras más allá de lo nunca acontecido antes.

Cien años de soledad fue un acontecimiento. La novela fundacional que matizaba un redescubrimiento de lo que éramos como región, de lo que era la comunidad de la América Hispánica y de lo que eran los viejos mitos, tradiciones y costumbres.

Porque si bien se ha dicho o se puede decir que Macondo tuvo una inspiración estricta en lo que fue la tierra natal del novelista, Aracataca, esa tierra ardiente del Caribe colombiano, con sus espejismos, sus sembradíos bananeros y sus típicas proclamas rítmicas del vallenato, hay una profusión reconocible de las vivencias comunes de nuestros pueblos fundacionales.

Si bien hay que apreciar la significativa impronta de García Márquez con novelas como el Otoño del Patriarca, La Mala Hora, El Coronel no tiene quien le escriba e incluso con la obra que desalojaba datos de la biografía de sus padres, El Amor en los tiempos del cólera, o narraciones de la vejez de Simón Bolívar, en el General en su laberinto, y otras con una Honda profusión de esquemas paradigmáticos en la construcción de la carpinteria de una novelística con valores particulares y universales esenciales, es con Cien años de soledad con la que sucede el fenómeno tan trascendente como inimaginable.

Cien años de soledad dejó el legado que redundaría en la posteridad y que a juicio del hoy escritor más importante de la lengua española actual, también Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, sería el libro que sobrevivirá las duras pruebas de la posteridad en la muy portentosa obra del Gabo.

Cuando surgió esa emblemática novela, el propio García Márquez no pudo superar el estupor. Fue un libro demandado con mismo calor masivo en los idiomas a los que se traducía.

Con otras novelas importantes de su puño y letra como Crónica de una muerte anunciada, Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro, el autor colombiano propalaba el salitre que nunca dejó de exhalar de su vena periodística y de su amor por un oficio que para él significaba sacerdocio, entrega y devoción.

Sobre Cien años de soledad existe una leyenda tan penetrante y paradigmática como el libro mismo.

Una tarde de domingo el Gabi se dirigía a la playa en compañía de su esposa querida Mercedes Barcha y sus dos hijos y fue cuando le surgió la iluminación. Una idea. Antes de llegar a la playa, frenó el automóvil y para regresar a la cada. A partir de ese momento, abandonó todo lo que hacía, entregó 5 mil dólares a su esposa y se dedicó a escribir la que sería su obra cumbre.

Lo hizo bajo las más adversas condiciones, con una frágil economía doméstica. Para García Márquez crear Cien años de soledad fue un rito. Una descarga del alma donde lo más importante era, así lo manifestó varias veces en una de sus entrevistas, que los personajes fueran verosímiles.

Es la proclama de los novelistas, el don de construir una buena obra literaria de ficción es hacer posible que los hechos que se narran sean verosímiles, creíbles, con una realidad creativa de poiesis, pero de ficción, pese a las nuevas modalidades de la novela sin ficción, propuesta por ejemplo por el mejicano Jorge Compi con su texto ganador del Premio Alfaguara 2018, titulado Una novela criminal.

En la obra novelística de Gabriel García Márquez se combinan los elementos de una narrativa 3n la que la creatividad asume consecuencias estéticas inéditas, partiendo de una peculiaridad específica: la universalidad de las historias como atracción fundamental del interés del lector.

En todos los idiomas en que fue traducida la novela hubo un interés voraz, surgió el hombre por la lectura de historias humanas que partían desde cero hasta transformarse en hitos con visos mundiales.

Cómo una familia, los Buendía, se convertía en ese hito fantástico, con pasajes tan simples y sublimes a la vez como el siguiente:

“Rebeca perdió el dominio de sí misma. Volvió a comer tierra y cal de las paredes con la avidez de otros días, y se chupo el dedo con tanta ansiedad que se le formó un callo en el pulgar. Expulsó un liquido verde con sanguijuelas muertas. Pasó noches en vela tiritando de fiebre, luchando contra el delirio, esperando, hasta que la casa trepidaba con el regreso de José Arcadio Buendía al amanecer”. (Cien años de soledad Editorial Progreso. Moscú, 1980, página 114).

Es la simplicidad de lo cotidiano que sorprendió e impuso que los lectores del mundo leyeran a los autores latinoamericanos.

Está apropiación identitaria asumiría un carácter militante y de culto cuando, posteriormente, estalló el llamado Boom que reunió a literatos ya camino a la consagración como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Julio Cortázar para iniciar un proceso que se consolidó con la impronta de rotunda marca americanista.

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