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EL CORRER DE LOS DÍAS

La Biblia, o la sonrisa de Savonarola

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

I

Para Faride Raful

Pocos saben que el nombre Jehová o Yahveh, consignado en algunos textos mosaicos, es un apodo de orden religioso, porque entre los pueblos judíos, era violación de la divinidad el mencionar el nombre del hacedor del universo. Así como el único humano en tener una conversación con el creador de todo, fue Moisés; alguno pudo, como Saulo de Tarso escuchar la voz en el camino de Damasco, casi implorante; ¡Saulo, Saulo, por qué me persigues!; una voz que clamando hablaba con fonética ausente de vocales lo que era para el pueblo judío, quizás, una dificultad de entender a su Dios solo vencida, escrituralmente, cuando los gramatólogos de la época usaron de la lengua griega y latina para abrirse paso en una jerga que era, sin dudas, el habla del desierto

No sé si todos los que hablan de la Biblia la han leído, ni si todos saben que existen numerosas versiones del libro, diversas traducciones, diferentes interpretaciones, ni si están conformes con que la obra que copiaron desde la oralidad judía, (más de quinientos años después de la muerte de Moisés), Nehemías y Esdras en el siglo V antes de Cristo, es la idéntica memoria de Moisés que leemos hoy, manoseada por tantos intereses religiosos, anotada por traductores, e interpretada por cientos de exegetas. Por lo tanto , con estas fluctuaciones no sabemos si estamos basándonos en la verdad de un libro cuyas traducciones crecen lo mismo que sus exégesis y del que las versiones se inflan, mientras nosotros permanecemos varados en el charco de los viejos conceptos teocráticos de David y Salomón, varones de por lo menos el 1200 antes de Cristo, o en las palabras esenias que, desdobladas en milagros, esgrimió Jesús de Galilea, frente a los que le rechazaban porque ser judío, como él lo era, resultaba chocante para su comunidad la versión religiosa que predicaba en muy poro parecida a la Torá, rechazada por el sanedrín y los doctores de la ley seguidores del Pentateuco, porque según ellos no se habían dado las condiciones de que apareciera el nuevo líder que los guiaría en la fe y en la política. Cuando Jesús renuncio a su condición política predicando, más que diciendo que al Cesar lo del Cesar y a Dios lo de Dios, cancelo la propuesta esperada por los judíos en la coyuntura real de su momento. Se convirtió en uno más de los rechazantes del dominio romano y no en un líder de la subversión, y desde luego: fue condenado a muerte como lo eran todos los agitadores frente al dominio de Roma.

La otra cosa, que debemos tomar en cuenta, es que la Biblia de la Torá, la de los libros del Deuteronomio y el Pentateuco es una, y la de los Evangelios, fue otra. La fusión de agua y aceite no lleva a buen éxito.

Los Evangelios son cosa de una época y los libros mosaicos y de aquel periodo, otra. Los Evangelios nacen hacia el siglo I después de Cristo, que es cuando comienzan a recolectarse y a compararse las formas apócrifas, que ya en el siglo II alcanzan centenares de copias. Fue en el siglo XVI, durante el Concilio de Trento cuando se escogieron como auténticos los del llamado Nevo Testamento y se comenzó a forzar esa decisión hasta convertirlo en parte, también forzosa, de la Biblia, la cual se transformó en “Viejo Testamento”, palabra de Dios.

Cuando Esdras y Nehemías, judíos con altos cargos en la corte persa, en el siglo V antes de Cristo guiaron las acciones del pueblo llamado a ser en primer término liberado por Ciro el Grande, quien aprobaba la religión judía, la unión de los principios de identidad judíos alcanza con ellos una nueva versión histórica; los dos legisladores judíos mencionados, para unos políticos y para otros profetas, señalaron en un discurso de inauguración de la nueva era judía, no se sabe escrito por cual de los dos, que lo primero era reconstruir los muros que servirían de fronteras derribadas en la época babilónica, y entre otra cosas, asegurar su mundo separatista, haciendo que los judíos de la integración, renegaran de las esposas no pertenecientes ni a su credo ni a su raza.

Consolidar en el Pentateuco, (los textos resguardados oralmente, ahora revelados en escritura), las historias mosaicas, y las primeras leyes defensoras de una moral primordial, actuando honestamente puesto que no escondieron la imagen furiosa de un Jehová agresivo, celoso, cruel, cuyas respuestas para tutelar a los pecadores, entre ellos a sus preferidos David y Salomón, o a los enemigos de Israel, se cumplían borrando pueblos enteros, con la muerte a espada y, fuego castigo del cielo. La lectura de los textos captados de la oralidad fijaría ideologías y consolidaría historias dispersas, oficializando la Tora como texto básico.

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