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EL DEDO EN EL GATILLO

Expulsado del béisbol

En el Campo Las Palmas viví algunas de las mayores experiencias de mi vida. Sería injusto si no incluyera varios episodios vivenciales entre los que marcaron la definitiva expulsión de mis fantasmas.

Siempre me llamó la atención que la gran rivalidad del equipo de los Dodgers de Los Ángeles en la Liga de Verano de la República Dominicana no fuera con Hiroshima Toyo Carp, ni con los Gigantes de San Francisco. La primera organización mencionada era la segunda más importante en cuanto a Academias de Béisbol se refiere. La segunda, si bien ostentaba el legado como la gran rival de los Esquivadores de Brooklyn, desde los tiempos de Nueva York, en lo que a República Dominicana se refería, todavía andaba en pañales financieros.

El papel protagónico contra los Dodgers dominicanos eran Los Azulejos de Toronto. Esa rivalidad fue incentivada por el destacado escucha Epifanio Guerrero quien a su vez fungía como gerente general del club canadiense.

Don Epy (como cariñosamente le decíamos) le había arrendado su complejo deportivo a Toronto y allí, con muchas limitaciones materiales, entrenaba a sus muchachos. Siempre se las arreglaba para formar un team competitivo para la Liga dominicana. Y por varios años intentó ser el verdugo de los dos teams del Campo Las Palmas.

Un día, sin embargo ocurrió un hecho lamentable. En el juego decisivo para determinar el campeón de un torneo donde ambos equipos estaban empatados, Toronto llevaba ventaja de 2 a 0, pero en el final del noveno inning, los Dodgers fabricaron un rally de tres carreras y dejaron a su rival tendido en el terreno. Esto provocó un sentimiento de ira que poco a poco se fue transformando en furia. Alguien incitó la violencia, y los jugadores de Toronto comenzaron a lanzar piedras y hierros a diestra y siniestra, no solo contra los jugadores contrarios, sino también contra las instalaciones físicas del campamento. Cristales rotos, equipos destruidos y otras catástrofes ocurrieron en pocos minutos.

Ante aquel ataque, mi emoción alcanzó oscuros extremos. Busqué a mi amigo, el general Jacinto Mejía, quien fungía como Jefe de Seguridad y ambos saltamos al terreno de juego, él pistola en mano y yo invocando a la palea a toda voz:

-Mata a uno, coño!!!!!

El general Mejía comenzó a disparar al aire y yo a desafiar con frases y gestos a los jugadores visitantes quienes, ante aquel acontecimiento inesperado , comenzaron a desplegarse en busca del ómnibus de regreso al complejo de Epy Guerrero.

Para tan mala suerte, en aquel juego decisivo estaban presentes ejecutivos de Liga de Verano. Al siguiente día, esas autoridades convocaron a los directivos de ambos equipos y al final emitieron un documento donde prohibían, de por vida, entrar en un play de béisbol al general Mejía y a quien esto escribe.

La noticia me llegó de boca de Rafael Ávila, quien me convocó a su oficina y casi me insulta. Entre otras cosas me llamó loco, indisciplinado y me recordó que mi condición de emigrante no me daba el derecho de promover un tiroteo contra dominicanos.

-En un pleito entre un cubano y un dominicano, la Policía contra quien primero la emprende es contra el cubano, aunque no tenga la culpa. Y eso es entendible porque esta no es la patria de nosotros –me dijo en aquella ocasión

Cabizbajo y con los ojos llorosos por la “pela de lengua” que acaba de recibir salí del despacho de Ávila. Mucho me dolía que desde aquel día jamás podría sentarme a disfrutar un juego del deporte que me apasionaba.

Horas después, Ávila me llamó desde su casa y me ordenó que fuera a verlo de inmediato. Ya en las afueras del campamento me dijo, sin dejar de mirarme, la gran sorpresa de mi vida.

-Estás suspendido, es cierto. Pero hay otra cosa, si no hubieras hecho lo que hiciste en defensa del Campo Las Palmas, te habría votado de aquí. No me gusta trabajar con pendejos.

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